La selección española decepcionó en su último test antes de encarar el gran reto de defender por segunda vez el título europeo, sorprendida por la débil Georgia en un encuentro de dominio sin pegada, en el que solo Andrés Iniesta escapó del reencuentro con la imagen ramplona de antiguos amistosos. De golpe España perdió el gol y la brillantez en su última cita antes de la Eurocopa. Un encuentro que se perfilaba de poca valía se convirtió en una advertencia para Francia. Ningún rival jugará a la Roja como hizo Georgia, encerrada en su terreno de juego, sin presionar ni querer la posesión, pero ni ante la 137 del ránking mundial FIFA hoy en día te puedes relajar. El calor y el miedo a una lesión a seis días del estreno en la Eurocopa eran factores que condicionaban el arranque soporífero de España. Uno de esos días de dominio sin profundidad, errática en el pase, a expensas de un gesto de calidad aislado o la ilusión del debutante. Lucas Vázquez encontraba el premio a su temporada de inicio. Pegado al costado derecho lo intentó siempre.

España encontró a un rival que no quiso hablar su idioma sobre el césped, con una distancia hasta la portería rival que convertía en utopía incomodar a De Gea pero nadie desaprovecha un regalo y ante la incredulidad de todos, se marcharon al descanso con ventaja en el marcador y la supieron conservar. Restaban seis minutos para el asueto cuando un desajuste defensivo dejó solo a Jigauri. Optó por asistir y a placer, en posición dudosa, marcaba a puerta vacía Okriashvili. Georgia venía de ser goleada por Eslovaquia y Rumanía. Firmaban no caer con estrépito en Getafe y se encontraban con una realidad distinta.

De nada había servido el dominio de la Roja. Los cambios para el segundo acto revolucionan a España. Iniesta apareció en escena y se echó a la selección a sus espaldas. Leyó bien el partido, aportando llegada y disparo cada vez que tuvo oportunidad, pero faltó acierto. No era el día y Aduriz sintió lo que en su día otros nueves de la Roja sin ningún protagonismo en el juego.

Rozó el poste en dos intentos seguidos. Iniesta con su derechazo y Nolito, rompiendo desde la izquierda hacia dentro. El orgullo empujó a España a intentarlo hasta el final, con más corazón que cabeza, en una noche que no puede dejar contento a ningún jugador y alimenta de dudas la llegada a la Eurocopa.