La muerte de Muhammad Ali es el entierro del último gran mito mundial del boxeo. Con él, nacido Casius Clay, nombre de esclavo, prácticamente se cierra la mejor etapa de un deporte que entusiasmó a grandes escritores como Hemingway, Conan Doyle o Cortázar y llevó al cine historias de grandes campeones con su luces y sombras. El boxeo ha sido desde el punto de vista intelectual el reflejo de sociedades en las que el héroe fue manejado muchas veces por la escoria que se acercaba a gimnasios y cuadriláteros.

Alí fue el único campeón que se atrevió a plantar cara a su gobierno. Se negó a acudir a la guerra de Vietnam y ello le costó tres años de inhabilitación. Tras este tiempo, volvió al boxeo y recuperó la corona mundial. Al cerrar el último libro de su vida es imprescindible sentar su figura, por encima de sus bravuconadas, al ser humano que luchó con los puños en el cuadrilátero y con la palabras y actitudes valientes entre el pueblo en defensa de los derechos humanos. Alí está más allá de lo que la historia dirá sobre sus grandes peleas, sus victorias inapelables o su combate del siglo en Kinshasa contra George Foreman.

En 1960, ganó en Roma el título olímpico de los semipesados y su victoria fue destacada en los medios informativos de su país. Fue una de las grandes figuras junto al etíope Abebe Bikila, famoso por correr la prueba demaratón descalzo. Cuando volvió dejó de ser el triunfador olímpico. Se convirtió de nuevo en un negro, en un individuo marginado como todos sus hermanos de raza, que en aquellos años no habían logrado la mínima igualdad con los blancos. Tal rechazo, tal contraste, según la leyenda, le hizo lanzar su medalla de oro al rio Ohio. Tal vez la perdió en lugar de repudiarla, pero el hecho comenzó a dibujar al personaje que sería después.

La vida sólo tuvo para él la paz del ring. Eran los momentos más hermosos de su actividad. La guerra estaba fuera de los mismos y de ahí que acabara convirtiéndose al Islam. Renunció a su nombre de esclavo y se convirtió en Muhamad Alí, algo que gran parte de la sociedad estadounidense repudió.

Antes y después de su renuncia a la guerra contra unos individuos que según él no le habían hecho nada, como boxeador, quizá impulsado por la natural rebeldía ante lo que sucedía a su alrededor, adoptó actitudes que en muchas casos fueron tomadas a chufla. Se mostró bravucón, provocador en los momentos del pesaje y en los días previos al acómbate ante sus más peligrosos adversarios. Perdió cinco combates pero será muy difícil que se le considere inferior a otros mitos como Joe Louis.

La literatura y el cine han recogido grandes relatos como los dedicas a Jackie LaMota, Sugar Ray Robinson, Rocki Graziano, Rocky Marciano, Kid Chocolate y Flood Patterson. Historia aparte fue la de Max Schemelling, que fue ídolo para el nazismo aunque salvó a varios judíos. Participó en la Guerra Mundial como paracaidista. Su gran triunfo fue derrotar a Joe Louis de quien luego fue gran amigo, le ayudó económicamente y pagó los gastos de enfermedad y entierro. Fue una gran historia que, en muchos aspectos se podría hombrear a la de Ali.

Muhammad protagonizó algunos de los combates más famosos de la historia. Por el dinero en juego y los millones de telespectadores en el mundo. A Sonny Liston le ganó en dos ocasiones, perdió una con Joe Frazier a quien posteriormente venció y del que dijo que era el mejor del mundo a su lado. El gran espectáculo fue el de Kinshasa cuando se enfrentó a Foreman. Nunca jamás existió una confrontación comparable. Ali ya había dicho con anterioridad aquello de «soy el más grande» y lo confirmó siempre que alguien puso en duda su condición de mejor boxeador del mundo.

Desde el punto de vista boxístico introdujo en las peleas algunas condiciones desconocidas. Se movía con mayor velocidad que todos los púgiles del peso pesado. Provocaba al adversario bajando los brazos indicándole que estaba presto al ataque, sus fintas y también su resistencia en los peores momentos lo consagraron como la esencia del pugilismo. Alí muere cuando su deporte decae en todos los países en que hubo tiempos en que formó parte de los espectáculos más seguidos. Europa ya no cuenta con figuras de renombre. En España se desconoce quiénes son los campeones. En Valencia, en la plaza de toros, hubo años en que llenaban más los boxeadores que los toreros. No fue solo la figura de Sangchili la que reclamó atención. Anteriormente surgieron Francisco Ros, Santiago Alós, Miguel Safont, Juan Pastor, Ricardo Alís y un grupo de grandes campeones como Antonio de la Mata, José Martínez Valero "El Tigre de Alfara", exiliado tras la Guerra Civil y enterrado en Mar del Plata, Hilario Martínez, Pepín Álvarez, Martínez Fort y Martínez Alís.

Hubo un año en que siete de los campeones de España de la categoría de aficionados fueron valencianos. Y entre los profesionales fueron tiempos de gran pasión los protagonizados por los Folgado, Correa, Tamarit, Llácer y Ben Buker, el apadrinado por el público valenciano. Entre los últimos hay que contar con José Hernández «El Tigre de Elche».

El boxeo no es reclamado por los públicos. En Valencia hubo un tiempo en que incluso había peleas los domingos por la mañana en el desaparecido cine Princesa.