Unos metros de distancia volverán a separar mañana a Diego Pablo Simeone de Zinedine Zidane sobre el césped del estadio de San Siro, el escenario elegido por el destino para el reencuentro europeo, dos años después, del responsable rojiblanco y del flamante preparador francés.

Tal y como sucedió en Lisboa ambos técnicos formarán parte de los banquillos del Atlético de Madrid y del Real Madrid. Pero con una particularidad, distinta, en el caso blanco. Zidane manejará directamente los hilos de su equipo. No estará a la sombra de ningún otro entrenador.

El estadio de La Luz disparó definitivamente la proyección de Simeone, capaz de reubicar a su equipo entre la grandeza continental. Se quedó a un paso de lograr un éxito sin igual en la historia de su club.

Zidane, dos años atrás, era el escudero de Carlo Ancelotti. Su responsabilidad era limitada. Apenas asomaba del banquillo si no era por el requerimiento del italiano. Una estrella como futbolista pero entonces nada más que un proyecto de entrenador. Su imagen, en la panorámica de aquél éxito, estaba relegada a un plano secundario. Tanto en el banquillo como en el podio del campeón.

El azar ha recolocado al Real Madrid y al Atlético en el centro del foco. La presencia del conjunto rojiblanco otra vez en la final de la máxima competición continental asienta un proyecto sólido y ensancha la reputación de un técnico consolidado. Considerado ya como uno de los mejores del mundo en su ámbito.

El Cholo representa la confianza en una idea. Todo el mundo sabe a lo que juega el Atleti de Simeone. Con lo que se va a encontrar en un terreno de juego. Pero pocos son capaces de dar con la tecla adecuada para responder a un estilo reconocidamente rentable.

Zidane, por el contrario, ha sido una medida de emergencia. Una fórmula al amparo del destino. Una bala al aire. El cese en el pasado mes de enero de Rafael Benítez precipitó al salto al escenario del francés, que tenía meticulosamente meditados cada uno de sus pasos a dar en su nueva carrera como preparador.

El fútbol no entiende de planes y Zizou fue requerido por el presidente Florentino Pérez para intentar paliar el estado de un plantel en descomposición.

Pasó de ser segundo entrenador a responsable del filial, el Castilla, en Segunda B. Y de ahí, a la primera plantilla para intentar enderezar el rumbo de un equipo plagado de sombras y con un futuro entre penumbras.

Tuvo Zinedine Zidane que improvisar en estos cinco meses. Hacerse al ritmo de un tren en marcha. Todo lo contrario que Simeone, instalado en un hábitat creado a su antojo.

Pero también el Cholo llegó un día al Atlético con la temporada a medio hacer. De eso hace ya más de cinco años. Fue un 23 de diciembre del 2011. Le ha dado al argentino para dirigir a su equipo en 260 partidos, a ganar 164 de ellos, empatar 52 y encajar 44 derrotas. Y a ganar una Liga, una Copa, una Supercopa española, una Liga Europa y una Supercopa europea.

Unos registros alejados de los del entrenador francés, que ha figurado como responsable del plantel blanco en 24 ocasiones. Ha ganado 19 de ellos. Y ha empatado tres. Solo ha cosechado dos derrotas, una de ellas, precisamente, contra el Atlético de Madrid.

Fue el 27 de febrero, en el Bernabéu. Un gol de su compatriota Griezmann echó por los suelos las expectativas de Zidane, que encajó su primer revés ante su vecino en el derbi local. Fue incapaz de evitar una de las derrotas que más escuecen al seguidor madridista.

A partir de entonces, todo fueron victorias para el Madrid en la Liga. En Europa, no obstante, padeció el susto de Wolfsburgo, donde el cuadro blanco fue sonrojado y se vio obligado a remontar a un rival menor para progresar en Europa.

Algo cambió en la cabeza de Zidane desde aquella mala tarde del Bernabéu. El francés, que había pregonado su gusto por el fútbol de toque y la posesión, tuvo que buscar el equilibrio en su equipo. Fue a partir de entonces cuando Casemiro asumió mayor protagonismo y cuando recurrió a jugadores de perfil menor, como Lucas Vázquez, convertido en el primer recambio del once titular.