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Cuatro segundos eternos

Cuatro segundos eternos

Sí, me cuesta reconocerlo (uno es bastante modesto, por naturaleza) pero yo también marqué un gol -y no una, sino varias veces y de diferentes maneras- como el que metió en el minuto once Saúl Ñíguez el pasado miércoles frente al Bayern de Múnich. La única diferencia es que fue cuando era niño, y lo hacía en sueños (pero este detalle tampoco es tan relevante: hay algunos sueños que son más verdaderos que la vida misma...). Pero sí, recuerdo que de chico era caer redondo en la cama y empezar a soñar jugadas perfectas. O eso, o tener pesadillas con las ecuaciones de segundo grado, había que elegir.

Así que elegía (primero) coger el balón en la línea de tres cuartos, coserlo a la bota y meter el cambio de ritmo justo para quitarme de en medio al primero de los contrarios (que solía ser del West Bronwich Albion, del Hamburgo, o de La Juve. Algunas veces también era el más capullo de la clase de sexto b) para acto seguido (segundo) lanzar el «slalom» de derecha a izquierda con el ritmo, técnica y «tempo» justos para sentar de culo a dos defensores más. Con las pulsaciones a cien y el run-run que hacen sesenta mil espectadores empezando a levantarse de sus asientos lo más fácil (incluso en un sueño: lo sé por experiencia) es que te pueda la adrenalina que se te agolpa en el cerebro y que te equivoques reventando el balón, pero no (tercero): toca pararse, templar y hacer algo (por ejemplo, una bicicleta: aunque yo algunas veces optaba por una vaselina) para descolocar al último defensa, y una vez vencido éste ya sólo quedaba (cuarto) levantar la cabeza, ver donde querías colocar el balón y darle la rosca necesaria. Gol. Gol. Gol. El estadio estalla, el locutor no encuentra palabras, y los telespectadores que no somos del Atleti (aunque, ¿quién no es esta semana del Atleti?) gritamos como si lo hubiéramos marcado nosotros.

Uno, dos, tres, cuatro segundos, perfectos y eternos a la vez, de un chaval de Elche que hace cuatro días jugaba de central en el Rayo Vallecano, en una semifinal de la Copa de Europa, y frente a un equipo de una potencia tal que se puede permitir el lujo de no meter de inicio ni a Muller, ni a Gotze ni a Ribery, ni tampoco a Robben y Schweinsteiger, lesionados. Si las jugadas perfectas existen, el miércoles pasado vimos la de este año. Pero tampoco es tan difícil: miles de críos (los que antes jugaban en los descampados, el recreo del cole o en los campos de tierra; o ahora en en las urbanizaciones o en los campeonatos infantiles de hierba artificial) las imaginan o se duermen con ellas, todos los días. Y les salen tan bien o mejor que a Saúl, se lo digo yo...

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