Han pasado casi veinte años de aquel Eslovaquia-España disputado en Bratislava y todavía conservo fresca en mi memoria la imagen de los rostros de estupor de autoridades y directivos eslovacos clavando sus miradas en Gaspar Rosety durante el partido que iba a abrir la puerta a la selección de Javier Clemente al Mundial de Francia. El choque acabó con un apretado 1-2, resuelto con un gol del benidormense Guillermo Amor en la recta final. En ese instante, Rosety soltó su repertorio, con más decibelios que nadie entre los numerosos medios radiofónicos que poblaban el gallinero dispuesto por la federación eslovaca para agrupar a la prensa española. El 'Colorao' asumió en ese instante mágico el relevo del espectáculo que un segundo antes anidaba sobre el césped, atrayendo para sí todas las miradas del público de tribuna, asombrado y sonriente ante una insólita escena jamás contemplada con un periodista que se desgañitaba encadenando un relato sin titubeo. No recuerdo cómo fue el gol de Amor, pero jamás he podido olvidar aquel cuadro sobre la temblorosa tarima del estadio de Bratislava, ni ese canto acompasado que brotaba de la garganta del asturiano y que sonaba celestial creando una atmósfera entre los seguidores locales que tapaba por momentos su disgusto. Rosety fue la voz del fútbol, uno de esos contados y elegidos periodistas con capacidad para generar espectáculo sobre el espectáculo. Un tipo de los buenos.