Fue una pincelada fresca para destacar otra obra de arte. Una firma daliniana en una esquina de la colorida estampa. No puede haber debate sobre la belleza, no debe existir controversia ni resquicio que deslice acción irrespetuosa en ese beso a la pelota de Messi, acompañado de la delicada caricia de Luis Suárez para vestir de gala un simple penalti. No se discute rincón alguno de la capilla Sixtina, no hay razón tampoco para hacerlo con esto. Contaba Calsita, un jugador vilero que tuvo el Hércules de los años 50 y que sacó la cabeza entre Ben Barek, Carlsson y cía en el Atleti del Metropolitano, que la suerte de los penaltis era propia de los criminales de guerra, restando valor y decoro a esa especie de ejecución para fusilar al portero desde los once metros. Lo de Messi y Suárez nada tiene que ver con armas de fuego. Al contrario, hablamos de un beso, de una caricia un día de San Valentín. De un detalle para el recuerdo.