De aquel 18 de abril de 2007 en el que un Messi imberbe emulaba el eslalon más fabuloso de la historia de este deporte para anotar un gol antológico en una semifinales de Copa hasta el penalti genial del domingo va casi una década. Y tres trienios y cinco Balones de Oro después, el público del Camp Nou se echaba de nuevo las manos a la cabeza mientras volvía a sentir que estaba viviendo otro momento histórico, mágico e irrepetible.

Messi inventándose una solución tan sorprendente como ingeniosa a su hastío por errar penaltis. Una genialidad más, la enésima demostración de habilidad, descaro y atrevimiento de la 'Pulga' de Rosario. Nunca un idilio entre la afición y jugador en activo ha durado tanto en Can Barça.

Aunque algunos se hayan empeñado en manchar su arte intentando aplicarle una pátina de irreverencia o provocación, Messi ha hecho suya la máxima de su amigo Xavi Hernández, que decía que el fútbol es un balón y unos amigos.

El astro argentino ha encontrado en un uruguayo -Luis Suárez- y un brasileño -Neymar Jr- a sus compinches de correrías. Ellos son los colegas con los que, cada tres días, sale a un campo de fútbol a pasar una rato de risas con un pelota de por medio.

Esos casi nueve años entre una jugada y otra ha sido el tiempo que Messi ha necesitado para sublimar su transformación futbolística hasta convertirse en el jugador total. De aquel chico de pelo largo, mirada perdida, que siempre se lesionaba y vivía obsesionado con el gol ya no queda prácticamente nada.

De ese jugador individualista que iba enterrando 'nueves' a su alrededor, porque ninguno sabía entender que era él quien debía empezar y acabar las jugadas, de ese futbolista 'chupón' más admirado y respetado que querido por algunos de sus compañeros, ya no encontramos ni rastro.

Lionel Messi ha alcanzado el cenit de su carrera y hace tiempo que parece estar de vuelta de todo. Su hambre de títulos sigue siendo voraz, pero ya no necesita alimentar su ego para sentirse el mejor.

El Messi de ahora pasea por el campo repartiendo caramelos. Contra el Celta, pudo marcar su gol 300 en Liga, pero prefirió solucionar sus problemas desde los once metros regalándole un 'hat trick' a su amigo Luis Suárez.

Leo se marchó del campo con una sonrisa de oreja a oreja, como si el triplete lo hubiese marcado él. Hace tiempo que su felicidad no depende de engordar sus estadísticas, sino de conseguir mejorar las de sus compañeros para que el equipo siga empachándose de títulos.

Manel Estiarte, el 'Maradona del Agua', explicaba en el libro 'Todos mis hermanos' cómo se dio cuenta de que, cuando dejó de pensar solo en marcar goles y en los reconocimientos personales y empezó a pensar en sus compañeros, fue cuando se sintió realmente que se había convertido en el mejor waterpolista del mundo.

Algo parecido le ha pasado al '10' del Barça. Temporada a temporada ha ido mejorando en la recuperación, en su dominio de la pierna derecha, en la visión de juego y en la asociación y también se ha convertido en un magistral lanzador de faltas.

Fuera del campo, transformado por su paternidad, ha ido madurando su personalidad, mejorando su discurso y también ganando ascendencia en el vestuario.

Y gracias a esa metamorfosis del astro argentino, el Barça ha pasado de ser Messi y diez más a ser un equipo que juega a lo que quiere Messi, que suena parecido, pero no es lo mismo. Porque antes, solo existía él y ahora el fútbol coral del conjunto azulgrana simplemente se ordena en torno a su enorme figura.