El próximo miércoles se celebra el Congreso de la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) en Pekín, y allí se elegirá entre todas las naciones miembro quién será el nuevo presidente para los próximos cuatro años. Dos son los candidatos que se presentan, ambos extraordinarios atletas, cada uno en su época, que conocen este magnífico deporte en todas sus facetas, y que desean lo mejor para el atletismo: se trata del inglés Sebastian Coe y del ucraniano Sergey Bubka. Ambos con ideas nuevas en cuanto a cómo se debe materializar la promoción, el desarrollo, el nivel de las competiciones y su financiación, y es de esperar que habrán sabido rodearse de un grupo de personas que amen tanto este deporte como ellos mismos.

Además de pedirles que acometan todos estos apartados de una forma abierta, valiente y constructiva, hay un tema que debería ser para quien salga elegido, el «caballo de batalla» por el que actuar desde el primer minuto, y éste no es otro que el dopaje. En los últimos años, son muchos y muchas atletas los que han realizado unas actuaciones prodigiosas, que han conseguido unas marcas increíbles para el ser humano, a base, independientemente de las cualidades técnicas que cada uno tenga, de mucho entrenamiento y perseverancia en el esfuerzo. Todo ello no puede quedar borrado por una sospecha permanente de dopaje.

Estoy en el atletismo desde hace 40 años, y puedo asegurar que la mayoría de atletas están limpios de dopaje, que dedican muchas horas a entrenar, a perfeccionar su técnica, a alcanzar su mejor estado de forma para tal o cual campeonato, para que todo este esfuerzo se vea minusvalorado por la persistente sombra del dopaje. En un deporte que tiene un reglamento cuya máxima es que todos los atletas compitan técnicamente en igualdad de condiciones, no es aceptable que haya un número muy reducido que no acepta estas premisas y pretende destacar más que sus adversarios utilizando métodos de dopaje, tanto de sustancias prohibidas como de aquellas que alteran los valores sanguíneos permitiendo obtener ventaja sobre sus rivales.

Garbanzos negros ha habido y seguirá habiendo en nuestro deporte, pero tienen que ser los menos y deben ser apartados inmediatamente de la competición. Desde que se materializó el pasaporte biológico en el que se guardan los valores resultantes en todos los tests que les hacen a cada atleta, este control se puede realizar de una manera más exhaustiva, precisa y fiable. La IAAF y la Agencia Mundial Anti-Dopaje tienen cada vez más medios para detectar a los atletas tramposos que están, por una parte, falseando las marcas y resultados que obtienen; y por otra, se causan a sí mismos una serie de problemas innecesarios en su propia salud. Pero lo más imperdonable es que están alimentando la sensación de que el dopaje está extendido en el atletismo, con todo el daño moral que causan a todo el resto de atletas -repito, la mayoría-, que están absolutamente limpios y compiten honradamente.

Señores Coe y Bubka, salga quién salga elegido, por el bien del atletismo, pónganse a trabajar de inmediato para atajar este cáncer. Es el mejor favor que podrán a hacer a este gran deporte.