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«Me jubilo harto de los intermediarios que llegan para hacer el 'egipcio'»

José Alberto Valverde Mord (Madrid, 1941) ha dejado de hacer lo que venía haciendo desde hace 50 años. Dar clases de judo

José Alberto Valverde, en pleno combate de judo en una imagen reciente.

No se entiende hablar de judo en Alicante sin nombrar la figura de José Alberto Valverde. Llegó hace más de 50 años para dar un curso en Montemar y ya no se fue. A raíz de aquella decisión, Alicante se convirtió en la cuna del judo nacional. Ahora ha llegado la retirada profesional, que no pasional, dado que el judo le acompañará siempre. No puede ser de otra forma.

Por estos lares se pensaba que el término jubilación no entraba en su diccionario.

Depende de lo que se entienda por jubilarse. Si se refiere a que no voy a cobrar por dar clases de judo, sí, me jubilo. Profesionalmente lo dejo, pero el judo no lo voy a dejar hasta que él no me deje a mí.

Nos despedimos de su magisterio...

Clases organizadas, regladas, ya no habrá. Daré cursos. Ahora tengo previsto uno en Valencia y luego en México... cosas de este tipo. El otro día recibí una carta preciosa de un alumno. Me decía que soy muy estricto en cuanto a la calidad del judo, pero que siempre tiendo una mano amiga. Eso me tocó. Realmente siempre he tratado de ser así. He buscado la perfección en el judo, pero siempre he tratado de ayudar.

Ha pasado por casi todos los colegios de Alicante, por las escuelas municipales ¿lo echará de menos?

Seguro, pero también estoy dolido. Por varias razones. Por un lado, el prestigio del profesor de judo ha ido descendiendo. Por otro, económicamente no compensa. La tercera es que tengo familia a la que deseo dedicar tiempo. Me he acordado de que de mis primeros nietos no pude ocuparme y no quiero perderme a los últimos. Me voy a vivir a Carboneras (Almería), donde tengo una hija con mi nieta más pequeña.

51 años, más de medio siglo enseñando judo en Alicante. Mucha tela.

Viene por primera vez en la primavera del 64 para una exhibición en los Juegos del Sureste. Paco Santamaría, un alicantino que hacía judo con nosotros en Valencia, me convenció para dar un curso en el Club Atlético Montemar. Tuvo tanto éxito ese curso que cambié de profesión. Iba a ser profesor de Historia o actor y decidí dedicarme al judo. Gracias a Alicante, que me enamoró. Y hasta ahora.

Es consciente de que sin usted el judo no sería lo que es para Alicante, el deporte que más laureles ha ofrecido a esta ciudad.

No soy el responsable al cien por cien. Si acaso, soy el responsable de haber enganchado a la gente. De haber conseguido que la gente se enamorara de un deporte del que yo estaba enamorado. Primero enamoré a gente muy joven como Sergio Cardell, Philipe de Gibon, Roberto Boris... mis primeros alumnos del Liceo Francés, de Maristas. Toda esa gente me empujó a quedarme, a apoyar las iniciativas de Alcoy, Elda, Novelda, Elche... Pero los que desarrollaron el judo fueron los alicantinos. Ellos hicieron el trabajo pesado. El mayor logro fue haber tropezado con Sergio Cardell.

Su primer y más aventajado alumno.

Cuando tenía 9 años, el más canijillo de los alumnos de Montemar era Sergio. Me llenó de ilusión. Terminaba la clase de los niños y se quedaba en un rincón para ver y aprender de las otras clases para adultos.

Aquel desgraciado accidente de moto, días antes de los Juegos Olímpicos de Barcelona, nos privó de un gran tipo.

El peor día de mi vida. Sin ninguna clase de dudas. Hubo otro momento duro antes: mi primer alumno cinturón negro de Alicante, Roberto Boris, también se mató en un accidente de moto. Volvía de París para examinarse del 'segundo dan' y se lo llevó un autobús por delante. Sergio Cardell, el primer 'sexto dan', también cayó víctima de la carretera. Esas dos muertes marcaron mucho mi vida. Ambos eran similares. Tenían una capacidad atlética y técnica muy profunda del judo.

¿La muerte de Cardell varió el rumbo del judo alicantino?

Mi trayectoria la cambió por completo. Cuando se mató Sergio el Judo Club fue una debacle. Cada uno tiró por su lado. Hasta entonces había una idea clara: Yo llevaba las relaciones y marcaba las pautas de la cantera; Sergio era el director técnico, el mejor que podía haber; y Míriam Blasco era la estrella, que tenía a su lado a Isabel Fernández y que todavía no se había desarrollado tanto como Míriam. Estaba también Azucena Verde, con una calidad de judo fenomenal, y otros como Roberto Cueto, Carlos Marco... gente que despuntaba a la sombra de Sergio. Había una cantera fuerte, pero sobre todo una unión extraordinaria.

Y llegó el oro en Barcelona 92 al cuello de Míriam, con el Palau coreando el nombre de Cardell, fallecido unos días antes.

Para mí fue un momento muy triste. Salí del pabellón a llorar. Verla llorar sobre el tatami... no aguanté. Al mismo tiempo, veía que ya se disgregaba la cosa.

Una lástima puesto que el Judo Club era una referencia a todos los niveles.

Tal y como había sido concebido era el centro neurálgico de toda la provincia. Venía gente de toda España, de Europa, de todo el mundo. Todo eso lo consiguió Sergio Cardell. Cuando se mató en la Carrasqueta se me cayó un poco la ilusión por desarrollar todo ese proyecto, que se fragmentó. El factor aglutinante era Sergio. Tenía un carisma extraordinario. Él era judo, judo y judo. Y el Judo Club era un templo del judo, no un negocio. Voy más allá. Era el sitio para desarrollar un sistema educativo, algo que pretendió y consiguió muchos años antes el fundador del judo: Jigoro Kano. Nosotros buscamos el aspecto competitivo, que lideraba Sergio, y el educativo, que extendimos por los colegios. De hecho, fue la primera disciplina extraescolar que hubo en los colegios alicantinos.

Hablábamos de fractura en el judo alicantino.

Hubo gente que llegó a la lumbre del éxito, que no vino a generar sino a aprovecharse. El problema actual de Alicante es de egos. Todo el mundo quiere ser cabeza de león en lugar de intentar integrar todo (patas, corazón, cuello, uñas). Uno debe ser parte del león, no tiene por qué ser la cabeza o la cola. Sergio siempre tuvo esa filosofía. Era otro mundo. Creo que a Alicante ha venido gente creyendo que es más cuando aquí ya estaba todo hecho. Todo siempre por problemas de ego, problemas económicos, subidas de iva, que ha sido criminal.

El terreno de los colegios también lo trilló bien.

He pasado por Maristas, Liceo francés, Jesuitas, Colegio Británico, Aitana... Y mis alumnos también se han extendido por todos los colegios públicos de Alicante.

Y la Escuela Municipal.

Desde 1984. Empecé cuando se abrió, creo recordar que con Antonio Sánchez de concejal y Lassaleta de alcalde. Hubo otros concejales que me ayudaron mucho, como el padre de Javier Alonso (judoka) y ediles de IU. Recuerdo que nombraron a Manolo Muñoz, un funcionario, para coordinar aquello y funcionó a la perfección. Entonces las Escuelas Municipales dependían directamente de la concejalía y esta se entendía con los clubes eligiendo los deportes que más interesaban y a las personas más adecuadas y mejor preparadas para dirigir las diferentes disciplinas (judo, natación, rítmica, baloncesto...). Y se les pagaba correctamente.

Eso ahora ha cambiado.

Ya lo creo. Y es una de las causas que me llevan a abandonar. Pongo nombre al problema: los intermediarios. Tanto en los colegios como en la escuela municipal como en otras actividades ha aparecido un fenómeno que es intermediario, el 'privatizado', que lo único que hace es el 'egipcio': pone una mano extendida hacia adelante para recibir el dinero, se queda con una parte fundamental y con la otra mano reparte las migajas.

Y ¿entonces?

En la escuela municipal comenzamos a tratar con las contratas, que siempre se hacían a la baja y se las llevaba la puja más barata. Al quedarse con el servicio más barato, pagaba menos. Y así ha ido desapareciendo gente cualificada. Al final, quedamos dos o tres locos.

Usted ha aguantado.

Yo he estado dando clases gratis muchos meses en la escuela municipal. Otro de los problemas es que llegaban esas empresas, que eran de Granada, Murcia u otros lugares, y al entrar preguntaban '¿y el Valverde ese quién es?'. 'Tiene que cobrar seis euros la hora'. Ante eso me rebelaba. Yo no cobro seis euros la hora. Yo puedo regalar mi trabajo, pero no lo puedo vender a seis euros. Todas esas cosas te van desanimando. La ventaja es que cuando llegas al tatami y ves a niños entre cinco y ocho años que le toman cariño al esfuerzo, a la superación... eso es muy gratificante y te lleva a decir a los de la gestión: 'que os den'. Lo que ocurre es que eso pasaba cuando yo tenía ingresos garantizados en el Liceo Francés, en el Británico... donde no había ese problema. Desgraciadamente, esa plaga de los intermediarios, de empresas de trabajo temporal, se va colando en todas partes.

¿También en los colegios?

Llevo 50 años en el Liceo Francés, me inventé las actividades extraescolares y ya no puedo tratar con la dirección. Debo hacerlo con unos señores que han llegado allí y no saben nada de judo, que vienen a hacer el 'egipcio'. Se llevan una parte, reparten migajas y no dan nada a cambio puesto que yo sigo haciéndolo todo exactamente igual (promoción, desarrollo, competiciones, pasos de grado...). En el único sitio donde no me ha pasado ha sido en el Colegio Británico y en el Colegio Aitana, con ellos la relación es directa.

Supongo que aunque se traslade a Carboneras, no perderá de vista a Alicante.

Por supuesto. Esta ciudad significa mucho para mí. Sólo ha faltado que la calle Vázquez de Mella, donde crié a mis hijos, lleve mi nombre. Esa o General Lacy. No estaría mal.

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