Despertador a las 4 de la mañana. Desayuno completo aunque sin hambre y camino del Puerto de Santa Pola. El ritual de los último diez años. Chip, gorro y bañador. Seis y media de la mañana y momento de subir al barco rumbo a Tabarca. Eran las horas previas de una de las travesías a nado más multitudinarias de España. Tabarca-Santa Pola, 5.900 metros y 1.200 nadadores (algo menos de los previstos inicialmente tras el aplazamiento por el temporal) dispuestos a desafiar al mar.

Para unos era la primera vez, para otros la vigésima, pero los nervios iniciales eran algo común en todos. No fallan antes de cada prueba. Unos los calman moviendo brazos y piernas, otros buscan lugares recónditos en las rocas y muchos buscan rápidamente el contacto con el mar para calmar la ansiedad.

Otro ritual, impregnar el cuerpo de vaselina. Una actividad más que obligada para evitar los molestos roces por la sal. Sin más, todo preparado para dar comienzo la prueba, uno de los momentos más espectaculares de la travesía. 1.2o0 nadadores en la orilla de la playa. Los más rápidos toman las posiciones delanteras. Miradas a la izquierda, a la derecha. Miedo, nervios, incertidumbre. Delante toda una cortina de barcos y piragüas para garantizar la seguridad de los participantes. El mar aparentemente en perfecto estado aunque luego se vio y se sufrió todo lo contrario, un mar bravo. Silencio absoluto en espera de escuchar la cuenta atrás y el bocinazo de inicio. 10, 9, 8, 7.... la cuenta no pudo llegar al final. Los nadadores salieron a la carrera para dar las primeras brazadas e ir cogiendo posiciones. Una marabunta de deportistas en las cristalinas y frías aguas de Tabarca. Momentos de agobio, patadas, tragos de agua, codazos... Así, durante los primeros 4 ó 5 minutos, lo que tarda el grupo en estirarse y quedar encabezado por Jaime Marqués, Dani Ponce y José Luis Larrosa. Detrás un nutrido grupo de nadadores siguiendo su estela.

El mar dejó de ser una balsa poco después de abandonar Tabarca. Las olas y el viento irrumpieron con fuerza y la prueba se endureció por momentos. Comenzaba la verdadera lucha por llegar a Santa Pola, lo bonito de las aguas abiertas, la batalla en el mar. La organización -Club Alone-, exquisita, como siempre. Sin posibilidad de perderse en el mar, un sinfín de boyas guiaba a los nadadores además de la nube de piragüas, siempre cerca de los participantes. Un diez en cuanto a seguridad. Nada que ver con buena parte de las travesías que se organizan. Las temidas medusas no se dejaron ver en esta ocasión aunque fueron sustituidas por olas y viento considerable que dificultaba cada brazada. Mirada al horizonte. La meta no se atisbaba todavía. Sólo agua, boyas, embarcaciones, espuma de los nadadores de delante... La sal comenzaba a provocar sensación de sed después de tres kilómetros y el cansancio se iba notando. Momento de apretar los dientes y avanzar hacia las últimas boyas, perfectamente visibles con un globo de helio.

Los últimos metros, los mejores. La mirada se eleva en repetidas ocasiones buscando tierra firme. Poco a poco se comienza a vislumbrar el arco de meta. Primero se ve un puntito azul y enseguida aumenta la nitidez al tiempo que se distingue el numeroso público que espera en la orilla de la Santa Pola. Momentos gloriosos que recompensan el esfuerzo. Más si cabe para el toledano Jaime Marqués, ganador de la travesía, y para el valenciano Dani Ponce y el ilicitano José Luis Larrosa, podio de lujo para la prueba que este año ha cumplido su edición número 20.

Los casi 2.000 nadadores que tiene esta travesía en lista de espera año tras año demuestra que no es una prueba más. Controlar a 1.200 participantes en alta mar no resulta sencillo y más con olas.