S onreir en ataque, sufrir en defensa. Ese parece ser el sino de este Hércules, herido y tocado desde que Schiavi y Aragoneses dejaron de vestirse la camiseta herculana por distintos motivos. El alegre rostro herculano cuando tuvo el balón, hablamos de la segunda parte, se tornaba pálido, miedoso, desencajado cada vez que la pelota cambiaba de rumbo y el viento numantino soplaba hacia Falcón. Así se vivió, así se sufrió el partido de ayer... y tantos otros.

El Numancia-Hércules de ayer mantiene fresco en la memoria la última jugada del encuentro. Un medido centro de Redondo, con el 2-2 en el marcador, fue rematado de forma esplendorosa, bella y perfecta por Farinós aplicando los tiempos que plasman los cánones. El balón entró limpio en la red y todo el mundo con sentimiento alicantino en Los Pajaritos elevó los brazos un segundo antes de que el colegiado, Texeira Vitienes, cruzara en perpendicular el área señalando un punto que nadie en la grada acertaba a adivinar de qué trataba. Posteriormente se pudo aclarar que un empujón de Turiel a Boris, en una acción ajena al remate de Farinós, iba a invalidar el precioso y preciso cabezazo del centrocampista valenciano. Puede que la decisión del árbitro fuera legal, pero bajo ningún concepto se puede catalogar de justa. Tan bella acción merecía la mejor de las suertes, el honroso premio de un gol que hubiera certificado la permanencia del Hércules de la mejor manera y en el minuto 90, el que certifica y finiquita.

Pero no fue así y el Hércules sólo sumó un punto, dato que exige una explicación pafra justificar por qué un equipo sólo se lleva un empate de casa ajena cuandeo ha sido capaz de meter dos goles, de ver cómo le anulan otros dos y de estrellar un balón en la cruceta.

Para comenzar, Uribe se inclinó por los cambios. Tote se quedó en el banquillo y el doble pivote fue para Turiel y Diego Mateo. Por delante, Kike Mateo se colocó por la derecha, Sendoa por la izquierda y Carmelo por el centro (para ser más concreto, a este último no se le vio por ningún lado en el día de ayer);. Delante, Pablo Calandria.

La primera parte del Hércules fue infame. Sin norte, ni sur, ni este ni oeste, el conjunto alicantino se dedicó a irritar hasta la desesperación. El punto más álgido llegó con la idolente actitud de defensa y portero en un centro hacia Julio Álvarez que ayer, por primera vez en su vida, debió meter un gol de cabeza. Éste sobrevino porque Falcón decidió hacer la estatua, no moverse ni un centímetro de su posición, al tiempo que la marca en el área del único jugador numantino listo para rematar ayudó lo suyo. El tanto no hizo sino que dar más alas a un rival que tampoco demostraba nada, pero que pudo sentenciar con otro remate de Fukuda que no fue gol de milagro.

Sin capacidad de reacción, flojeando en todas las líneas, el panorama comenzó a cambiar gracias a una jugada aislada. Un centro por la derecha fue rematado de forma perfecta, echándose hacia atrás, por Pablo Calandria, que cruzó lejos del alcance de Juan Pablo. Sin merecerlo, el Hércules anotaba en la primera ocasión que llegó a puerta.

Cambio La segunda parte trajo nuevos aires en ataque y similar sufrimiento en defensa. Calandria mostró que está en un momento dulce. El balón le quiere y el argentino flota con él. Así que Albacar decidió mandarle la pareja de baile tras recuperar con acierto un esférico por la izquierda. El argentino se quedó con la pelota en la derecha y fusiló desde cerca. 1-2. Bien para comenzar la segunda parte. Sin embargo, la sonriente imagen atacante encontraba su lado opuesto cuando la pelota cruzaba la raya en dirección a Falcón. Así, Julio Álvarez avisó con un tiro al poste segundos antes de que Brit empalmara desde cerca la insistente torpeza herculana a la hora de no despejar los balones que rondaban por el área.

El nuevo empate llegaba gracias a esa combinación alocada que entremezclaba los errores defensivos de uno con el empuje más o menos ordenado de otro.

Curiosamente, el Hércules se iba a ver en situaciones de matar a su oponente, pero en dos ocasiones el árbitro invalidó el gol. Antes, Kike Mateo pudo volver a sacar sangre al Numancia con una falta directa que repelió la cruceta.

Más tarde, la situación de Moisés y Calandria, señalada como fuera de juego, no permitió que el marcador reflejara el que pudo ser el tercero del argentino.

Pero lo que realmente dolió fue el tanto que Farinós no pudo celebrar. Ese hubiera acabado con esta historia, con esta interminable Liga plagada de mediocridad, en la que los tres de arriba han decidido dejar toda emoción a la lucha por la permanencia, el más triste de los premios que se pueden conseguir en esta división y para el que todavía hay muchos aspirantes. Tan triste como eso.