El fichaje de Jéremy Mathieu por el FC Barcelona ha reavivado un debate tabú en el fútbol: ¿fuman los jugadores? Preguntado por el asunto, el futbolista francés aseguró que no fumaba desde hacía 15 días y relativizó la cuestión, apelando a su intimidad y a su rendimiento dentro del campo, con esa jugada, tan clásica suya, en la que deja la ventaja inicial al delantero para acabar superándole con su potente zancada.

El vicio confeso de Mathieu no es extraño en el fútbol, con un tercio de la población mundial adicta al tabaco. Desde siempre ha habido futbolistas fumadores. Antes de que se difundieran sus efectos nocivos sobre la salud, los jugadores no se escondían y fumaban en público, al igual que otras celebridades, como cantantes o actores. Como se aprecia en series como «Mad Men», fumar era una elección estética. Todo un mito como Alfredo Di Stefano, fumador confeso, llegó a promocionar comercialmente la marca Lucky Strike, con un eslogan que rezaba: «Lucky Strike es mi cigarrillo irresistible». El extremo inglés Stanley Matthews jugó hasta los 50 años sin dejar de fumar. Sócrates, doctorado en Medicina en 1977, lideró a Brasil en los mundiales de 1982 y 1986 con la adicción a cuestas. Las enfermedades derivadas del tabaco y la bebida le llevaron a una temprana muerte, con 57 años. En 1991, y tras someterse a un doble by-pass, Johan Cruyff dejó el tabaco y calmó el ansia con chupa-chups. Otros ilustres, como Maradona, Zidane y Platini han fumado. En el caso del Valencia, desde la delantera eléctrica a Miguel Brito, pasando por Mario Kempes y Ricardo Arias, varias generaciones de jugadores han sido fumadores. Existe la falsa creencia de que el tabaquismo se extiende más en los porteros, sin tanta exigencia física, pero la realidad es que afecta a todas las demarcaciones.

El tabaco tiene una incidencia directa en el rendimiento de los futbolistas. Así lo afirman con rotundidad varios médicos deportivos consultados por INFORMACIÓN, que manejan estadísticas que confirman que en un 90 % de los casos, aumenta la resistencia de las vías aéreas con una consecuencia directa: cuesta mucho más entrar el oxígeno que quema los alimentos para crear energía. Los efectos del tabaco son distintos según la genética de cada jugador. Sólo una minoría no se ve afectada.

Estos mismos expertos consideran que otros hábitos pueden ser, paralelamente, tanto o más perjudiciales que el hecho de fumar en un jugador profesional. La falta de descanso es uno de los factores más importantes. Salir por la noche impide el llamado «entrenamiento invisible» con el que el cuerpo adapta, de madrugada, el esfuerzo físico de toda la jornada. Sin ese necesario reposo, el rendimiento desciende. Con igual incidencia se manifiesta una alimentación incorrecta. Unas reservas bajas o excesivamente altas de hidratos de carbono, la acumulación de grasas o estados carenciales en proteínas causan alteraciones que se notan sobre el césped.

Con todo, la alimentación o el descanso son elementos cruciales que, sin embargo, escapan de la vigilancia social y mediática que sí tiene el tabaco, y que va más allá de la salud y el deporte. Sobre todo por representar modelos de influencia social, especialmente en los jóvenes, no está bien visto que los jugadores fumen. Una alerta que empuja a los jugadores a encender pitillos en privado, en la tranquilidad de sus domicilios, o a escondidas, en los baños de los vestuarios. Pocos son los que desafían los convencionalismos en público, y se concentran en la Liga inglesa, campeonato pionero en estadios libres de humos: Rooney (United), Wilshere (Arsenal) y, en su estancia en el City, Mario Balotelli. El técnico madridista Carlo Ancelotti, cuando entrenaba al Chelsea, fumó en el banquillo de Wembley para relajar las tensiones de una final de Copa contra el Porstmouth. Carletto, siempre flemático, apagó la polémica: «Me he querido dar el gusto de una pequeña transgresión en el templo prohibido de Wembley».