A finales de octubre de 2007 Juande Ramos decidió salir por la puerta de atrás, hechizado por las libras del Tottenham. Parecía que la etapa dorada del Sevilla podía haber finiquitado. Dos meses antes, la inesperada muerte de Antonio Puerta había dejado profundamente herido a club, jugadores y afición. La proyección alcanzada, que atisbaban un horizonte ilusionante, se esfumó de forma brusca. Los equipos son estados de ánimo y, en Nervión, se pasó del cielo al infierno en un santiamén. Esa temporada, la 2007/08, el Sevilla tenía la mejor plantilla de su historia: Palop, Alves, Adriano, Poulsen, Keita, Navas, Luis Fabiano, Kanouté... Pero a Javi Navarro, el gran capitán, su rodilla le dijo basta. Siempre que el Sevilla ha levantado un título ha contado con una figura representativa por la que dejarse guiar. Pero, tras los vaivenes y el drama reseñado, la entidad y el entorno cayó en depresión. Del Nido no atinó con los entrenadores durante años (Jiménez, Álvarez, Manzano, Míchel) ni Monchi con los fichajes (Mosquera, Acosta, Cigarini, Guarente). Aún así, por el camino, volvió a levantar una Copa del Rey. Fue en 2010 en el Camp Nou, precisamente ante el Atleti entonces dirigido por Quique Sánchez Flores. Aquella final la ganó del mismo modo que la de Turín, a base de casta y coraje, el lema de siempre hecho hoy presente memorable. El cuestionado Unai Emery ha tenido mucho que ver en ello, convirtiendo una plantilla con quince caras nuevas en una familia. Parte del éxito ha sido de Monchi, que ha vuelto a estar fino con los fichajes (Pareja, Carriço, Vitolo, Bacca), y de Rakitic... Él es otro gran culpable de que el siglo XXI haya resucitado a un Sevilla de ensueño. Solo Barça, Madrid y Valencia lo superan en títulos, mientras alcanza las mismas Europa League/Copas de la Uefa que Juventus, Liverpool e Inter. Ahí es nada. Y por la confianza que desprende, lo mejor quizá esté por llegar.