Ni el indeseado viento, ni el frío de primera hora de la mañana, ni el cansancio de haber recorrido 21 kilómetros y 97 metros. Nada es excusa ni tiene comparación con la tremenda satisfacción que desprenden los corredores cuando sobrepasan el arco de meta de la Mitja Marató de Santa Pola.

Saludos a los compañeros de fatigas con los que has compartido recorrido, alegría por haber rebajado las marcas personales, por haber realizado un tiempo que meses atrás no habías imaginado, manos levantadas y puños cerrados de celebración, dedos apuntando al cielo en recuerdo de algún familiar o amigo desaparecido. Cualquier gesto vale, pero lo más característico es la sonrisa de oreja a oreja que muestran sudorosos los corredores que consiguen finalizar la prueba santapolera.

Es algo especial, saben que es la mejor, a pesar de que Madrid o Valencia por motivos obvios albergan más cantidad de atletas. Pero correr en Santa Pola es diferente. El calor humano, la amabilidad, los detalles... todo invita a repetir en años sucesivos, a pesar de que en algunas ocasiones los atletas muestran su contrariedad por los problemas que se crean en los primeros kilómetros en los que apenas se puede correr por la gran multitud de corredores que hay sobre el asfalto.

Pero con el paso de los kilómetros se pasa y cada metro que se avanza es una satisfacción porque sabes que cuando llegues a la línea de meta están tus familiares, tus hijos para poder entrar con ellos de la mano, los aplausos del público y una sonrisa de oreja a oreja que te hacen regresar a casa con la única intención de volver el próximo año.