Fue la lección de un héroe vencido. De un tipo con calidad de sobra para pelear por un Mundial que las tuercas mejor ajustadas de un coche imbatible le han negado desde el principio del curso. Pero al profesor brillante nadie le puede prohibir que regale lecciones magistrales. Y eso hizo ayer Fernando Alonso. A falta de una victoria que brindar a los miles de tifosi, a falta de la lucha por una corona para el cavallino, el asturiano tiró de repertorio y dibujó una salida de tiralíneas. Del cuarto al primero en un suspiro. Y una ventaja vital para terminar el día en el podio, junto al virtual ganador del Mundial, Sebastian Vettel y a Jenson Button, el hombre que siempre saca réditos del barro, obligado ayer a abrirse camino tras una salida floja.

Ganó Vettel otra vez (lleva 8 en 13 carreras) y tiene para la próxima fecha (Singapur, 25 de septiembre) la primera pelota de partido. Entre cientos de combinaciones, una victoria le daría el título siempre que Alonso no subiera al podio y que el máximo de Webber y de Button fuese un tercero. Con eso, tendría el joven alemán el bicampeonato y el record de precocidad arrebatado al piloto asturiano.

Cruzó la meta el Red Bull con el estilo de siempre. Tiró y tiró cuando se vio al frente del pelotón, abrió hueco y se dedicó mirar por el retrovisor cómo el resto se peleaba por las migajas. Un clásico en la temporada dorada de una escudería con sólo siete cursos en la Fórmula 1.

La victoria en Monza confirma que Adrian Newey y su batallón de brillantes ingenieros han construido la máquina perfecta. Va bien en todas las pistas, con frío y con calor, con neumáticos frescos y también cuando les pesa la degradación o se llenan de incómodas ampollas. Frente a ellos, Ferrari y la lucha impotente por recortar terreno. Han alternado tardes de dos orejas con corridas de segunda, muchas veces sin tener claros los motivos del éxito o del petardazo.

Entregada la cuchara del título, Fernando Alonso ayudó a Ferrari a irse de Monza con el aprobado. Pocas cosas podrían doler más en Maranello que no saludar desde el podio. Massa quedó pronto descartado, cuando Mark Webber se lo llevó por delante al inicio. El australiano, confirmado otro año en la escudería del momento, sufrió su enésima mala salida y un cruce de cables indigno de un piloto con un coche tan dominante. Ya no es ni el segundo de la general y entrega 115 puntos a su compañero de garaje. Un escándalo.

Así que la responsabilidad del cajón rosso quedó en manos del asturiano. Había avisado a los suyos de que sería más agresivo que nunca en la salida, una suerte que han conseguido depurar en el F150 Italia. Con el semáforo abierto, Alonso se puso a la espalda de Hamilton. Se asomó a la parte izquierda y no encontró hueco porque Vettel venía cerrando el espacio desde el otro costado. Nada más que le quedó la parte derecha, junto al carril de salida del garaje. Engranando marchas a velocidad de autómata, piso a fondo con la primera curva en el horizonte. Se juntaron tres coches en paralelo en una carrera suicida de la que solo saldría ganador el último en frenar. Fue Alonso, que hasta pisó la hierba con las dos ruedas de la zona derecha.