Tras acabar sus estudios, el que está considerado el mejor entrenador de corredores de la historia lo metió de lleno en la Real Federación Española de Atletismo (RFEA). Ahí entabló contacto con Guillermo Laich, otro galeno, argentino, de la mano del que creció el doctor Eufemiano Fuentes. Fue Laich quien lo enseñó a convertir en campeones a deportistas prometedores. Como la que fue su esposa hasta hace un año, Cristina Pérez, a la que conoció en la Residencia Blume de Madrid.

Procedente de una de las familias más pudientes de Gran Canaria de mitad de siglo pasado (su tío, del mismo nombre, era el famoso industrial tabaquero desaparecido en los setenta cuyo cuerpo asesinado apareció, supuestamente, en un pozo de aguas negras), el joven doctor nunca tuvo problemas para situar su residencia en Madrid, a pesar de que su sueldo por entonces era más que discreto.

Cristina Pérez se convirtió en una de las mejores atletas del país, con récords de España en varias modalidades de velocidad y hasta un tercer puesto en el Campeonato de Europa de 400 metros lisos celebrado en Francia. Era el año 1987 y la atleta canaria, de la mano de su marido, despuntaba.

Pero fue precisamente ese fatídico año cuando el dopaje comenzó a asociarse a Eufemiano Fuentes, tras un positivo de Cristina Pérez que la Federación se vio obligada a anular por un defecto de forma en la toma de las muestras de orina. Y Eufemiano desapareció del atletismo (al menos eso se creía hasta el jueves) para adentrarse en el apasionante mundo del ciclismo.