Los equipos, tras la fiesta del Mundial deberán volver a jugar en verdaderas calderas de presión, esos estadios míticos que generan lo que en teatro se llama miedo escénico. ¿Qué pasaría si a los estadios llegan treinta, cuarenta hinchas del equipo visitante con vuvuzelas y las hacen durante noventa minutos? La idea ronda ahora a muchos directivos de equipos en América y directivos de barras organizadas. Basta evocar imágenes de ambiente que dejaron los partidos del Mundial para advertir que ni la cadenciosa batucada de los 'torcedores' brasileños, ni los cánticos de los hinchas ingleses o los cencerros de vaca que apoyaron a los suizos pudieron imponerse al rumor interminable de las vuvuzelas. Las mismas que ya sirvieron de regalo de la Reina Sofía a sus nietos, o que Franz Beckenbauer describen simplemente como "fantásticas", han provocado debates y manifestaciones condenatorias. Sus adoradores principales son ahora directivos e hinchas de equipos que sufren para sacar resultados positivos en cancha ajena. Y han sido acogidas por millones de propietarios de teléfonos móviles que han incorporado su ruido como aplicación sonora. Dicen los expertos que mientras el motor de un avión genera 120 decibelios (dB), o 130 dB al despegar, una lepatata puede proyectar en la tribuna 127 dB. En su momento de inflexión, cuando el aire del entusiasta intérprete comienza a faltar, puede caer a 100 decibelios, lo que equivale al ruido de una perforadora eléctrica. Una sola vuvuzela tocada por un trompetista recuerda al sonido de un cuerno de caza, pero cuando la tiene en sus labios un fanático, la nota imperfecta y la fluctuación de la frecuencia solo se compara con el barritar de un elefante. Cuando muchas vuvuzelas se tocan al mismo tiempo, surge el zumbido característico que varias cadenas de televisión se empeñan en eliminar de sus transmisiones a través de filtros. a explicación es sencilla: los hinchas, sin ninguna coordinación ni ensayo previo, tocan el instrumento en diferentes tiempos y con distintas frecuencias.