plaza de los luceros de alicante. Miles de personas, entre ellos ingleses, argentinos y hasta chinos, celebraron la victoria de la Selección española durante horas.

La historia cambió y desde ayer la confianza en el fútbol español será ciega. Minutos antes de las 23 horas en las calles de Alicante, Elche, Alcoy, Benidorm, Elda y Orihuela, sobrevolaba el fantasma del fatalismo que tradicionalmente acompañaba a la selección entre los miles de seguidores de toda la vida y los nuevos amantes del deporte rey. Instantes después, el gol de Andrés Iniesta, ya leyenda del fútbol nacional, convertía el nerviosismo colectivo en una euforia que se transformó en extasis cuando el árbitro pitó el final y declaró que el sueño se había cumplido. El júbilo se desató y ya nadie olvidará el 11 de julio de 2010. La ilusión ya era realidad.

"Mira lo que hace el fútbol, todo el mundo contento, como si importara nada más", comentaba José en un barrio de Alicante. La situación en el interior de los bares extremadamente intensa, los gritos se convirtieron en el lenguaje oficial durante los 90 minutos del partido y parecía que los ataques de nervios se sucedían segundo a segundo. Con cada patada de los naranjas, los bramidos salían de los balcones y, cuando llegaron las ocasiones, las palmas y los gritos de ánimo empezaron a llenar la noche. Cada parada de Iker, cada cambio de la Roja o las tardías pero al fin acertadas amonestaciones desataban la pasión de los espectadores. La gente de pie, buscaba un hueco para poder seguir las jugadas, aunque en algunos sitios resultaba una tarea casi imposible. En el exterior, 30 grados y en el interior subía con cada llegada de Villa, Xavi y Jesús Navas. Mientras algunos inmortalizaban el momento haciendo decenas de fotos, otros preferían no mirar el televisor y se cubrían con gestos de auténtico dolor. En Alicante, el Panoramis fue uno de los dos grandes epicentros de la locura, las mujeres, a hombros de sus acompañantes o subidas en las escasas sillas que se podían contar esperaban el momento de correr hasta la Plaza de los Luceros, donde se concentró la gran alegría que nadie podía describir con palabras. "Esto es demasiado para el cuerpo", declaraba uno de los primeros en llegar. En menos de un mes, la emblemática fuente se colapsaba por segunda vez, en esta ocasión, por apasionados del fútbol que no entendían de otros colores que no fueran el rojo y amarillo.

"Ser español es lo mejor que hay", bociferaban decenas de personas. Sin embargo, no todos los que mostraban orgullosos la casaca roja o azul de la victoria eran nacionales. Ingleses, brasileños, argentinos, y hasta chinos portaban los colores locales y entonaban sin cesar "que viva España, la vida tiene otro sabor y España es la mejor".

Desmadre ilicitano

En Elche, el clima de euforia comenzó a gestarse horas antes del pitido inicial. Cuando algunos todavía dormían la siesta, los vehículos comenzaron a hacer sonar su claxon y la gente tomó la calle ataviada con estandartes, bufandas y pinturas de guerra. A las ocho, tras el despliegue de la bandera gigante junto a la basílica de Santa María, apenas cabía un alma en la plaza del Congreso Eucarístico, donde se dieron cita unas 7.000 personas según datos del Ayuntamiento.

La Glorieta, escenario habitual de celebraciones franjiverdes, se tiñó de carmesí, la fuente de Altamira se convirtió en un improvisado parque acuático y las de Altabix y San Antón, en auténticas piscinas. De esta forma, cuando el sufrimiento dejó paso, en las venas, al frenesí y, en algunos casos, al alcohol, las arterias del centro y los barrios de Elche se transformaron en verdaderos escenarios de una celebración que se prolongó durante horas y en la que los protagonistas fueron los nombres de Villa e Iniesta y una frase: "Yo soy español, español, español".

Benidorm fue quizás el único rincón de la provincia en el que no todo fueron sonrisas, ya que la gran cantidad de holandeses, aunque esperanzados hasta el final vivieron la final como una auténtica tragedia.

En la Vega Baja, las ciudades y los pequeños pueblos repetían los escenarios de la capital, Elche y Benidorm. En Torrevieja la cita se dio en la Plaza Waldo Calero, mientras que en Orihuela, la Glorieta fue el destino elegido para brindar homenaje a los campeones del mundo. El ambiente de júbilo no se trasladó directamente al centro de la ciudad de Alcoy sino que todos los barrios del municipio ya coreaban la victoria desde antes de que se produjera el final del encuentro.

La plaza del congreso eucarístico de elche. Unas 7.000 personas siguieron el partido y festejaron durante horas la coronación de España como campeona del mundo.