Para muchos, el cambio experimentado por España en los últimos dos años se debe a una cuestión mental. Cuando Casillas levantó al cielo de Viena la copa que acreditaba a España como campeona de Europa todos los viejos fantasmas de varias generaciones quedaban sepultados. El hambre de gloria de un grupo de jugadores hizo que las barreras, los miedos y los complejos que durante tantos años habían atacado a España pasaran a un segundo plano. Por supuesto, también se contó con la suerte como aliada. La tanda de penaltis contra Italia fue el mejor ejemplo, pero había algo en la mentalidad de los jugadores que difería de ediciones anteriores.

Y la razón puede buscarse en los éxitos acumulados. Los títulos conquistados por una generación irrepetible que entiende el triunfo como algo cotidiano desde que comenzara a jugar al fútbol. En la presumible alineación que España presente ante Holanda mañana los jugadores elegidos por Del Bosque suman 13 Copas de Europa, 1 Intercontinental, 6 Mundialitos de clubes, 25 Ligas, 9 Copas del Rey y 1 Copa inglesa, amén de la Eurocopa de hace dos años y los títulos cosechados con las categorías inferiores.

Un repaso a la carrera de los símbolos españoles muestra que muchos se habituaron pronto al éxito. En 1999, España se proclamó campeona del mundo. Fue en el Mundial sub-20 que se disputó aquel año en Nigeria. Tres representantes del actual equipo estaban presentes en aquella selección: Marchena, Xavi y Casillas. No serían los únicos en triunfar de jóvenes. En 2000, los primeros Juegos Olímpicos del siglo XXI se disputaron en las antípodas. Sydney fue el escenario de un nuevo éxito de la cantera española. De nuevo Xavi y Marchena dirigirían a la selección a la medalla de plata junto a sus compañeros Capdevila y Puyol. La derrota ante Camerún en la final, en un duelo que España llegó a ir ganando por dos goles a cero, no empañó una actuación que confirmaba que las categorías inferiores seguían gozando de gran salud. Cuatro años más tarde, una nueva hornada de futbolistas conquistaría Europa. En aquella ocasión, Sergio Ramos e Iniesta fueron partícipes en un éxito que, en 2006, repetiría Piqué.

La conquista de Europa

Los 22 futbolistas que salten el domingo al césped tendrán una cosa en común: nunca se han visto en una situación de tal magnitud. La final de un Mundial alcanza unas cotas de trascendencia no observadas en ninguna cita. Sin embargo, los futbolistas españoles están acostumbrados a las pulsaciones altas y al ritmo asfixiante que caracterizan la competición de clubes por excelencia, la Liga de Campeones. El torneo de las noches mágicas, de las eliminatorias a vida o muerte y objeto de las miradas de todo el mundo no es territorio por conquistar por los españoles. Más bien todo lo contrario. España suma sólo con su alineación titular 13 Copas de Europa. La mayoría de las mismas por obra y gracia del Barcelona de Guardiola, pero quien intente reducir al grupo español al club catalán cometería un error. Lo haría con Casillas. El de Móstoles es un superviviente de la filosofía ganadora del Real Madrid, que engulle títulos con la misma facilidad que despedaza entrenadores y jugadores. En dos ocasiones ha saboreado Casillas la conquista del cetro continental. La primera, en 2000, contaba con 19 años y gozaba de una fama emergente que lo señalaba como el futuro español en la portería. Fue un triunfo plácido, casi tanto como reflejaba el marcador de esa final, tres a cero al Valencia. Muy diferente a lo que ocurría dos años después. Curiosamente, con Del Bosque en el banquillo, Casillas vivió el lado más amargo del fútbol. A pocos meses de la conclusión de la temporada, el guardameta perdió la titularidad a favor de César. El destino le cedió una segunda oportunidad con la lesión del portero titular en la final de Glasgow. Sus memorables intervenciones en los últimos minutos se convirtieron en recuerdos imborrables.

La historia más sorprendente entre una Copa de Europa y un jugador de la Roja la protagoniza Xabi Alonso. El tolosarra cuenta en su palmarés con la Liga de Campeones más recordada de los últimos años. Aquella en la que el Milán se vio vencedor antes de tiempo y lo terminó pagando. El 25 de mayo de 2005, Alonso comprobó que vestir la camiseta de un histórico como el Liverpool conlleva algo más que una mera responsabilidad. La zamarra "red" dota a sus jugadores de una fuerza única capaz de levantar un 3-0 en contra en una final europea. Alonso tuvo su cuota de protagonismo en la final de Estambul con su gol al rechace de un penalti que él mismo había lanzado y que supuso el empate.

La estancia en Inglaterra supuso para Alonso alcanzar una madurez futbolística similar a la que adquirió Piqué. En el caso del catalán, su paso por el Manchester United no estuvo aparejado con un éxito inmediato en el terreno de juego. Al menos, el central saboreó por primera vez lo que significa erigirse en el mejor equipo de Europa. El éxito del Manchester lo repitió a la temporada siguiente con el Barça. El equipo de Guardiola, auténtico referente del conjunto nacional, conquistó en una maravillosa campaña todos los títulos a su alcance. En ellos fueron indispensables Puyol, Piqué, Xavi, Busquets e Iniesta y el joven Pedro empezó a asomarse al fútbol profesional. Ahora, la impronta del equipo de Del Bosque recuerda en muchas fases al equipo forjado en La Masía.

Reyes de Europa

Junto a los coronados como reyes de Europa, el resto de complementos es inmejorable. Lo es el trabajador Capdevila, coloso defensivo que se crece con la camiseta roja. También Sergio Ramos, acostumbrado a las exigentes voces del Bernabeu. Y lo es, por supuesto, David Villa, el goleador silencioso, el delantero que ha llevado a España hasta esta final.

En fin, una generación familiarizada con el éxito a la que le falta el título de campeón del mundo para redondear su palmarés. Pero, ni siquiera así, alguien se atrevería a apuntar que el hambre de gloria de este grupo quedaría saciado. Por eso es la generación de oro del fútbol español.