Nadar desde el Postiguet hasta la Albufereta, salir del agua, coger una bicicleta y llegar a Valencia para, acto seguido, correr hasta Castellón. Así explica el triatleta Benjamín Vidal a sus familiares y amigos en qué consiste, aproximadamente, un Ironman -recorrido de larga distancia en el que se combinan 3,8 kilómetros a nado, 180 en bicicleta y una carrera a pie de 42,195, parando menos de un minuto en cada fase-. Esta prueba es la que este triatleta alicantino afincado en Sydney pretende repetir cinco veces, una en cada continente, en nueve meses. Y todo ello con un objetivo solidario: donar lo recaudado en patrocinios a cinco ONG -Fundación Pedro Cavadas, Infancia sin Fronteras, Médicos sin Fronteras, Fundación Inocente y WWF-. La financiación, que llega principalmente desde la Fundación Puerto de Alicante y desde dos portales de internet, en forma de material deportivo, no está exenta de dificultades. Por eso, busca patrocinadores que le permitan llevar a cabo este reto que se muestra "seguro" de conseguir a pesar de que insiste en que lo habitual es hacer un Ironman al año o "como mucho dos".

"Si puedo hacer esto, puedo hacerlo todo en la vida". Así pensaba Benjamín Vidal la primera vez que participó en un Ironman y eso es lo que se repite siempre que conquista otro. Durante las horas que dura cada competición se repite una y otra vez "qué hago yo aquí" pero el resultado, dice, es indescriptible: "Te da una sensación de poder que no encuentras en ningún otro sitio". Sin embargo, para lograrlo hay que pasar por una serie de dificultades a las que sólo se pueden enfrentar musculaturas privilegiadas. "Muchas veces no me explico cómo podemos hacerlo. Benjamín recuerda una prueba en la que no podía levantarse del sillín de la bicicleta y por delante todavía le quedaban 42.000 metros de maratón: "Cuando llevas tres kilómetros se te empieza a hacer eterno. Sientes que las piernas no son capaces de soportar tu cuerpo". Pero eso no es todo. Las picaduras de las medusas son la principal amenaza de la primera parte de la prueba: "Te pican y el dolor se mantiene durante los segundos que tardas en quitártela de encima".

Este alicantino defiende el Ironman de las acusaciones que lo colocan como un deporte peligroso. "El corazón no sufre como en otros deportes. Nuestro ritmo es muy constante", asegura rotundamente.

Del Postiguet a Bondi

Este deportista de 37 años no añora la tierra en la que nació y no cambia los paseos por la Explanada o el Postiguet por los del emblemático puente Harbour Bridge o la playa Bondi, símbolo de los amantes del surf, y junto a la que se sitúa la piscina en la que Benjamín Vidal entrena. Sí que echa en falta la tortilla de patatas y el jamón pero por su cabeza no pasa volver, por lo menos, en unos años a la casa que tiene en construcción en El Campello. Le apasiona la "cultura deportiva" de su nueva ciudad y recuerda que en su visita a Alicante por Navidad se encontró "un país triste por la crisis", que contrasta con el "carácter abierto" de los australianos.

Estos días recibe la visita de su novia. Sin embargo, su madre ni se lo plantea "por los 17.850 kilómetros" que separan España de Australia, aunque mantiene un contacto constante a través de videoconferencia: "Cuando voy en autobús giro el teléfono móvil para que mi madre vea la ciudad y la gente le saluda".

La base del Ironman, que cuadruplica las distancias de la modalidad olímpica del triatlón, es la recuperación "sino el día siguiente no puedes hacer un entrenamiento fuerte". Lo normal es descansar un mes después de cada Ironman. Sin embargo, Benjamín tiene pocos días para preparar la siguiente cita. Tras salvar la primera prueba del desafío en Nueva Zelanda, en 10 horas y 23 minutos, se prepara para la próxima, el 25 de abril en Porth Elisabeth (Sudáfrica). Luego llegarán las de Nagasaki en Japón, Embrun en Francia y Cozumel en México con un objetivo claro: incrementar el espíritu de superación y poner su grano de arena para los que más lo necesitan.