El noviazgo no ha estado exento de polémica. Fue, en palabras del anfitrión, "un flechazo", poco más de un mes después de que el Elíseo anunciara el divorcio de Sarkozy y su segunda esposa, Cécilia Ciganer-Albéniz, en el epílogo de una unión de casi 20 años, de ellos once casados, marcados por la fuga de ella con un amante, en 2005.

En todo caso, la regularización, por lo civil, del idilio de Sarkozy con su nueva compañera será un alivio para sus anfitriones en sus visitas al extranjero. Las autoridades indias se habían devanado los sesos el mes pasado sobre cómo tratar a Bruni si acompañaba al jefe de Estado a Nueva Delhi. Un quebradero de cabeza que no se materializó: ella optó por quedarse en casa, por lo que Sarkozy incluso visitó, sin ella y a título privado, el Taj Mahal, emblemático monumento al amor.

No se sabe si en esa decisión influyeron los sondeos, que desde hace semanas muestran una caída en picado de la popularidad del presidente, que apenas supera ya el listón del 40 por ciento de satisfechos, a cinco semanas de las elecciones municipales. La primera causa, dicen los analistas, es el incumplimiento de la promesa de Sarkozy de ser "el presidente del poder adquisitivo". Pero también ha influido, dicen, la "exhibición" por Sarkozy de su "vida privada", un eufemismo que describe las muy mediáticas imágenes del presidente con su nuevo amor en vacaciones lujosas en Egipto y Jordania en el período de fiestas de fin de año.

Unas imágenes que dieron la vuelta al mundo después de que los paparazzi captasen, con el consentimiento de los interesados, a Sarkozy y Bruni paseando por el parque de atracciones de Disney, a las afueras de París, en compañía de la madre y del hijo de la mujer, a mediados de diciembre.

"Él puede hacer lo que quiera con Carla Bruni, pero no queremos verlo en los periódicos", decía, en la prensa, un miembro de su partido conservador, la UMP, hace poco.