P Que nadie duerma tiene aires quijotescos.

R Tiene algo de El Quijote en el sentido de que la protagonista es una mujer bondadosa, ingenua y delirante, en un mundo en el que no hay mucho espacio ni para la bondad ni para el delirio. Es tan delirante como él, solamente que en lugar de un caballo va conduciendo un taxi y, en lugar de tener a Dulcinea en la cabeza, tiene a Braulio Botas, su amor platónico.

P «Yo empiezo a escribir a partir de algo que me obsesiona», ha dicho alguna vez, ¿qué fue en esta ocasión?

R En esta ocasión se cruzaron varias ideas. Mi obsesión por el mundo de los pájaros, a cuya lectura me he entregado en los últimos años, y luego la idea del taxi, que proviene de mi infancia. Mi madre corría loca a coger taxis y yo a veces iba con ella y veía el placer que sentía por ir en él y por otro lado el pánico que se le veía en la cara cada vez que miraba el taxímetro. Esa cosa de los contrarios atraviesa toda la novela.

P En el taxi, Lucía se topa con todo tipo de personajes.

R El taxi me ofrecía unas posibilidades narrativas brutales y una carga simbólica grande, porque sucede una paradoja dentro de él. Es un espacio cerrado y, sin embargo, de enorme libertad. En él, uno cuenta cosas que no le contaría a su vecino, a su hijo, o a su padre. También encaja muy bien con este carácter ansioso de la protagonista, que recorre Madrid confiando que en algún momento se subirá a su taxi la persona que ama.

P Es una mujer solitaria, algo muy recurrente en su obra. ¿Le preocupa la soledad?

R Bueno, es que la soledad es un asunto cada vez más presente en nuestras vidas. Cada vez es más la gente que se muere sola en estas grandes ciudades sin que nadie se entere hasta que han pasado cuatro o cinco meses y el banco deja de pagar la luz. Del mismo modo que cuanto más comunicados estamos a través de las nuevas tecnologías, menos comunicación tenemos; cuanta más gente se reúne, como ocurre en las grandes ciudades, más solos estamos. Pero, frente a la soledad impuesta, me interesa destacar la soledad elegida. Lucía es una mujer que sufre de una soledad a medias entre ambas.

P ¿De qué modo le representa como personaje?

R Yo creo que en todos los personajes se deja uno mucho de sí mismo, sobre todo en aquellos que en apariencia están más alejados de uno. Todas las novelas son autobiográficas.

P ¿A usted le gusta también la ópera, como a la protagonista?

R A mí me ocurre que la ópera me emociona cuando la escucho a través de un tabique, como a ella. Ese sí es un dato directamente autobiográfico. Yo intento que la ópera me guste, pero cuando me la pongo, a los dos minutos la tengo que quitar porque me pone nervioso. Sin embargo, tengo un vecino que es muy aficionado a esta música, y cuando la pone me muero de emoción.

P ¿Sus novelas son un modo de verla desde otros ángulos?

R Son un modo de adentrarse en ella con sentido. Yo lo que hago es entrar en la realidad por la puerta de servicio, para ver zonas a las que habitualmente no prestamos atención.