¿Qué queda de la fotografía tal y como la conocíamos?

Queda una cultura de la visión que ideológicamente ha supuesto la salvaguarda de unos valores como son la memoria, la verdad? Hoy esos valores siguen siendo muy importantes. La fotografía es todavía un sustento de nuestra manera de mirar el mundo.

Usted la interviene, la falsea.

A mí lo que me gusta es experimentar. Las imágenes convencionales me interesan poco, me gusta buscar esas que muchas veces marcan una cierta diferencia. Hoy estamos sumergidos en una vorágine de imágenes, y no todas tienen el mismo valor. No son lo mismo las fotografías banales que pueden hacer los simples usuarios de teléfonos móviles que las hechas con un criterio más crítico.

¿Es más poderosa hoy la fotografía, tras la revolución digital?

En estos momentos, ya no sé si se le puede llamar fotografía. Yo propongo hablar de posfotografía.

¿Tiene que ver con esa otra idea tan de moda, la posverdad?

Se han solapado en el tiempo, pero no están necesariamente unidas. Para mí, la posfotografía sería el tipo de imágenes que se esconden tras la fotografía en función de toda una serie de cambios políticos, culturales? En cambio, la posverdad vendría a ser esas técnicas de contrainformación con la potencia que les puede dar Internet.

Dice que con él se ha puesto en entredicho la objetividad de la fotografía, pero siempre ha dependido de su autor.

Ahora es muy fácil decirlo [se ríe], pero en el siglo XIX, los espectadores pensaban que se encontraban con casi una imagen producida por un espejo. Con el tiempo, nos hemos dado cuenta de que es una visión particular. Pero las tecnologías digitales han asestado el golpe de gracia, en la medida que han llevado este tipo de demostración a los ámbitos más masivos. Todo el mundo hoy en día puede intervenir una imagen y nos damos cuenta de hasta qué punto es fácil hacer que esa imagen supuestamente verídica se desvirtúe.

En algunos ámbitos, como el fotoperiodismo, puede ser un problema.

El fotoperiodismo atraviesa diferentes crisis, a las que se le añade la problemática de esas prótesis tecnológicas. Antes podíamos confiar en la cámara. Hoy la confianza ya no la discutimos sobre la herramienta, sino sobre la persona que la usa. Hemos desplazado el problema de la objetividad a la actitud del reportero.

«Todo lo que he hecho es un previo de la mejor obra que está por llegar», ha dicho. ¿La tiene ya sobre la mesa de trabajo?

La verdad es que siempre pienso que la tengo, pero luego me doy cuenta de que había exagerado [risas]. Además, creo que hay que ser muy autocrítico. Hay que dejar reposar las obras y evaluar si están realmente en el buen camino. Muchas veces no lo están. Para mí lo importante de un artista es asumir los fracasos, no la autocomplacencia, sino pensar que hay que hacerlo todavía mucho mejor.

Usted ha vivido muchos cambios de la fotografía, ¿ha cambiado también el modo de leerla por parte del espectador?

Desde luego. Para nuestros padres la fotografía era un depósito de vivencias. Hoy hemos pasado de la fotografía como un acto solemne a su absoluta banalidad. En esa nueva tesitura, nuestra lectura de la imagen tiene que ser distinta.