Se conmemora este año el centenario del nacimiento de uno de nuestros grandes pintores contemporáneos, José Pérezgil, el cual a lo largo de su dilatada vida artística llegó a plasmar, con excepcional maestría, no solo paisajes campestres, urbanos y marineros, salinas y almendros en flor, carros de heno y bodegones, sino también escenas cotidianas y manifestaciones festivas, a menudo interpretadas en rápidos apuntes que con su magistral mano recogían el instante por él vivido in situ. Y en todo ello también estuvo presente la Semana Santa.

A punto de cumplir los siete años -había nacido el 18 de septiembre de 1918- se desplazó con su familia a Alicante desde su Caudete natal. Era el 2 de septiembre de 1925 e instalado en la calle Santos Médicos nº 1, esquina con Argensola, en el colegio público existente en la plaza de Séneca donde marchara a estudiar, sus maestros Enrique Vidal y Gonzalo Faus le descubrieron unas aptitudes inusuales en un niño de tan corta edad para las artes plásticas.

Al iniciar el Bachillerato en 1929, acude a las clases de dibujo y pintura que se impartían en la Academia de Manuel Cantos sita en la plaza de las Monjas donde entra en contacto con grandes pintores locales como Heliodoro Guillén, Adelardo Parrilla y Emilio Varela.

Ya en 1935, sin haber cumplido los diecisiete años, participa en la Exposición de Pintores Noveles del Ateneo de Alicante y logra el primer premio con el cuadro Atardecer en La Condomina. Visto el éxito obtenido, esta entidad cultural le organiza al año siguiente la primera exposición individual en su sede de la Explanada, entre el 1 y el 12 de enero de 1936, colgando casi medio centenar de lienzos y alcanzando un éxito rotundo.

Tras la guerra civil no para de pintar y se va ganando la vida como mejor puede, introduciéndose en el mundo de las Hogueras de San Juan, construyendo monumentos y ganando el concurso de carteles de 1940 con Llamas de mi tierra.

Tal actividad tuvo que suspenderla en 1942 al tener que marchar a Madrid para realizar el servicio militar en el gabinete de Dibujo de la Escuela Superior del Ejército y a la par estudiar en la Escuela Central de Bellas Artes de San Fernando, becado por la Diputación Provincial.

Estando en la capital de España, decide presentarse en 1943 al concurso de carteles de la prestigiosa Semana Santa de Murcia y consigue el primer premio por unanimidad con su obra titulada Salzillo, inspirada en el ángel de la Oración en el Huerto, con la que posa orgulloso y vestido con su uniforme militar, notificándole el propio alcalde en escrito de 24 de febrero, tan buena noticia. Hace pues setenta y cinco años justos.

Desde entonces, los vínculos de Pérezgil con la Semana Santa fueron constantes. Nos cuenta su hija Joserre cómo le gustaba presenciar las procesiones desde los balcones de su antigua vivienda familiar, en el número 1 de la calle Jorge Juan, al lado mismo del Ayuntamiento, y su predilección por la de Santa Cruz, haciendo en 1952 un espléndido óleo desde la calle San Rafael y en 1977 un rápido apunte del Descendimiento.

Todos los años acudía con su mujer Fina Carbonell a la ermita con el objeto de poder ver salir la procesión; se juntaba con la familia Riquelme y otros miembros de la hermandad para comer los típicos michirones y le admiraba el esfuerzo de los costaleros desfilando por aquellas angostas calles. Y se esperaba a verlos regresar ya de madrugada.

Hablando de gastronomía, rebuscando Joserre Pérezgil entre los muchos papeles que dejó su padre para encontrar documentos relacionados con la Semana Santa, apareció uno de mediados de los años cuarenta que cuenta el «menú arrocero» del alicantino, día a día. Así reza:

El dumenge, arrós en costra.

El dilluns, arrós a banda.

El dimarts, en bacallar

i el dimecres en cavalla.

El dijous, si plou, llegum,

i si no plou, també pasa.

Arrós en seba el divendres.

I el dissabte, arrós en pata.

También era Pérezgil un enamorado de la Semana Santa de Crevillent y Orihuela. De la primera admiraba los magníficos pasos de Mariano Benlliure y cada Viernes Santo acudía y participaba del almuerzo conocido como el pa torrat que se acompaña de bacalao, ajos, habas y cebolla. Luego presenciaba la procesión de la Muerte de Cristo y tampoco faltaba a la del Sábado Santo crevillentino, por la que sentía una especial predilección, la del Santo Entierro, acompañado de buenos amigos como la familia Boyer.

Por la cercanía con Orihuela, alternaba una población con otra. Allí le impactaban las figuras del escultor Francisco Salzillo que indefectiblemente le recordaban aquel premio conseguido en Murcia. Muy vinculado con la capital oriolana, fue un año Caballero de San Antón y aprovechaba los días transcurridos para exponer sus cuadros en el Casino. El Sábado Santo, cuando desfila el Caballero Cubierto con el Santo Entierro de Cristo, gustaba de recorrer por la noche los templos para contemplar las imágenes que guardaban.

Y cuando llegaba el Domingo de Resurrección, como un alicantino más, marchaba con su mujer e hijas al castillo de Santa Bárbara a comer la mona, casi siempre acompañado de ese otro gran pintor alicantino que fuera Manuel González Santana, íntimo amigo suyo.