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El vestidor

Qué angustia, qué desasosiego, qué zozobra, qué tribulación. A ver quién aguanta cuarenta horas, cuarenta, sin saber de él...

El vestidor

Domingo de parranda

Qué angustia, qué desasosiego, qué zozobra, qué tribulación. A ver quién aguanta cuarenta horas, cuarenta, sin saber de él, sin noticias suyas, sin conocer en qué anda y con quién... La actual chica, la ex y la madre, tres mujeres, tres, en un sinvivir. Las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado movilizadas. La tribu televisiva alterada, preparada para salir a dar batidas por los locales de moda de Madrid en cualquier momento. Y él, Carlos Lozano, de parranda. Es lo que tiene ser personaje, exmodelo, presentador, famoso, todo eso. Uno sufre su estrés, los ojos le empiezan a hacer chiribitas de tanto foco y tanto flash, los dedos se le agarrotan de tanto autógrafo y tanto achuchar, los labios se le agrietan de tanto besar, de tanto fruncir en los posados. La mente también tiene que descansar: no es fácil tener siempre un escándalo a mano, un ataque dialéctico presto, una salida ingeniosa, una coletilla de levantar audiencias. Entonces hay que desconectar y dónde mejor que en un after. Lozano en esas ocasiones, pocas pero alguna, se va de fiesta y desaparece. Luego regresa y ya, no pasa nada. Falsa alarma. Exceso de celo. Tampoco estaba solo. Velaba por él

Antonio Tejado. Eso da tranquilidad, confianza. Lozano y Tejado tienen en común lo de la tele y el estrés. También un injerto capilar. Y esas cosas unen mucho.

lunes la coleta

Son cosas sencillas pero eficaces. Una pinza en la nuca, una media en el objetivo, una coleta bien tirante. A veces es suficiente. En ocasiones los trucos de toda la vida, las recetas de la abuela, la cosmética natural y tal, bastan y no hace falta recurrir a mayores. Es lo que hace Mariló. Se estira fuerte, tenso, el cabello, se pinta la raya del ojo y, zas, con cuatro trazos y cuatro trapos, tan estupenda. Eso cuando hay base, percha, buena genética. Yvonne un pelín más, pero tampoco mucho. Si se le ve con la cara como un pan es porque se pincha vitaminas y en todo caso, muy de uvas a peras, le cruzan la cara con unos hilos. María Patiño, otro poquito más, un estirón por aquí y otro por allá, cirugía mediante, ella sí. Pero, claro, le vale la pena. Porque luego en la gasolinera hasta le piden el DNI. Isabel Preysler, ni eso, cremas y batidos verdes. Y la coleta bien tirante, claro.

martes rimas

Ya lo decía Kiko Rivera, no hay que quedarse en el chunda chunda, hay que escuchar las letras. Por el mensaje. Por ejemplo: Soy Gloria Camila Ortega? /y de segundo Mohedano /Ya solo por este nombre? /me caen billetes en las manos. Hay que tomarlo a la inversa, ¿eh?, que es en plan figura retórica, rollo irónico, con intención. Luego sale él. Y yo soy Kiko Jiménez /novio de Gloria Camila / Solo gracias a su fama, puedo ganarme la vida. No me lo tomen tampoco en toda su literalidad, al pie de la letra. Se ve que va en la misma línea. Soy un machista asqueroso, sigue el muchacho, erre que erre. Es la última hora digitoaudiovisual de la parejita. Es tendencia entre los famosos, parece. Encaja menos la Jurado: Como yo te amo... Pero, vamos, que será homenaje.

Miércoles 14 La cocina. Desde que el homo erectus prendió la mecha, esto es, hizo fuego, poco más o menos como ahora los supervivientes esos, existe la cocina. Al menos, el concepto, la filosofía: la reunión en derredor del hogar, para calentarse, cocinar y comer en grupo. La cocina, como tal espacio diferenciado en la vivienda, no apareció hasta el siglo V a. C. Los romanos tenían cocinas de lo más equipadas, con su lavadero, su horno de pan, cisterna, trípodes de bronce, cavidades para picar las especias, etc. Casi como la de Bertín. Las cocinas de los castillos de la Edad Media eran enormes, con gigantescas chimeneas y varios anexos, tal como una se imagina el hogar feliz que compartían doña Cayetana y Alfonso. En el siglo XIX la cocina básicamente pasaba por la batería de cocina, el horno y, en las casas bien, la puerta de servicio. Ya en el siglo XX llegan las cocinas que conocemos. Y en el XXI la anteriormente citada de Bertín. Y la de Anita. Ocurre que la fantástica tiene en propiedad un chaletazo fantástico, con una piscina fantástica, un vestidor fantástico y unos muebles fantásticos pero con una cocina un tanto cochambrosa. De usarla poco, será. Ya podían las fans pagarse una reforma, de Ikea aunque sea. Como hicieron en Cantora. O serían infundios. Pantojers.

jueves sobreviviré

Me cuesta, se me va la vida, me falta el aire. Hay dos cosas de las que no puedo hablar, no me salen las palabras, me sube como una congoja desde las tripas hasta la garganta y me la cierra. Las dos cosas son, por supuesto, el divorcio de Bustamante y Paula (desde que él dijo en el escenario que no se maquilla para subir fotos a instagram así como escupiéndole a ella 'influencer, que eres una influencer' estoy con dolor abdominal agudo y náuseas matutinas) y la vuelta de Supervivientes (presento desgarro en un brazo, los mismos daños que causa la mordedura de una tortuga). Yo es que lo somatizo todo. Y así no hay manera.

viernes trece

En La Bella Durmiente, cuanto menos en la versión de los hermanos Grimm, la bruja mala era el hada número trece. La que no estaba invitada al bautizo de la princesa, irrumpió en la celebración y lanzó allí mismo la maldición del huso y el pinchazo. Lo que viene después es de sobras conocido: llega Disney, la maldición se cumple, un príncipe despierta a la princesa con un beso de amor verdadero, la alienación de la mujer, etc, etc. Hay quienes interpretan que, de acuerdo con los años lunares, los ciclos menstruales y las culturas matriarcales, las doce hadas buenas más la perversa, la número trece, harían referencia de manera simbólica a que la «maldición» -visto en términos patriarcales, que encarnaría el rey- sería la primera regla, la pubertad de la infanta, la niña que se hace mujer (by Julio Iglesias, ¿me siguen?) Todo esto va por Tamara. La hija de la reina de corazones y el marqués sería aquí la princesa de cuento. A ver si no. Ahí la tienen, hilando, metafóricamente hablando, porque se ha metido a diseñadora de modas. Y el trece, es evidente, son los famosos trece

-exactamente esos, ni uno más ni uno menos- cuartos de baño de que dispone la villa. Luego está el Nobel. Pero ése ya es otro cuento.

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