Brian May dijo que Wakeman es el mejor teclista del rock. Si no el más sobresaliente, sí el más grande: impresionaba verlo con sus dos metros de altura, capa de espejos dorados, a veces rojo purpurina, con charreteras también de oro, rodeado por tres, cuatro o cinco megateclados. Eran los años setenta, la década en la que el rock tomó los estadios y las bandas pugnaban por ser las más grandes, en luz y sonido, en instrumentos: dobles baterías, guitarras de dos mástiles, teclados a cascoporro, canciones -entonces eran temas, composiciones- de 15, 20 minutos, una cara completa de un LP, discos dobles, triples, todo muy conceptual, virtuoso y grandilocuente. Y Wakeman era un enorme genio del piano, teclista del grupo que personificaba aquella época, Yes, patriarcas respetadísimos del rock progresivo que mutó en rock sinfónico, que aspiraba a medirse y superar el canon orquestal. Músicos de carrera, de conservatorio, bandas que eran sumas de grandes egos: no había concierto en el que cada miembro no despachara su «solo», a cual más largo. Todo era descomunal y empezó a hacerse antipático. Como a toda acción sobreviene una reacción, en los garitos de medio mundo comenzaban a aparecer grupos que no sabían tocar, pero tenían mucha actitud, lanzaban canciones de dos o tres minutos, ruidosas, enérgicas, para bailar en conciertos antetamínicos, y su enemigo a batir, el padre a matar era, por encima de todo, el rock sinfónico, los dinosaurios. Yes era la diana preferida de aquella juventud, aunque no la única, estaban Pink Floyd, Emerson, Lake & Palmer...

Wakeman no fue miembro fundador de Yes. Ingresó con la grabación del tercer disco, abandonó la banda cuatro veces con sus respectivos retornos, se volvió a juntar con sus ex en formaciones paralelas y siempre quejándose de que lo que hacían sus colegas no lo entendía ni él, instrumentista de formación clásica, lo que no le impidió exprimir el filón rockero durante décadas. Se codeó con Bowie, Elton John, Lou Reed, Cat Stevens y sobrevivió a aquella época a ratos delirante. Con Yes grabó algunos de los discos más emblemátios de los británicos, pero antes, con 22 años, ya había despachado Las seis esposas de Enrique VIII que le puso en el olimpo de los pianistas. Solo o en compañía de Adam, uno de sus seis hijos de sus cuatro esposas, ha grabado 60 o 70 discos, a veces hasta tres en un año. Sencillos en producción, con una mínima orquestación, formato en el que se encuentra más cómodo -otros con músicos y coros de tres cifras-y con el que llega ahora a España, acompañado de la cantante siciliana Valentina Blanca. Hoy el teclista más grande del rock se acerca a los 70 años, viste de riguroso negro, no renuncia a la melena y toca un piano de cola, sin más escenografía que la angelical imagen de Blanca, unos discretos focos, sin amplificación eléctrica, un repertorio de pegadizas canciones pop (Bowie, Beatles..) y composiciones propias, entre las que siempre caen algunos de sus legendarios temas con Yes. Será este viernes a las 21 horas en el Gran Teatro de Elche.