Maestro en dar voz a los sin voz. En poner en el imaginario colectivo las reflexiones humanas más «oscuras». ¿Cuál es el criterio que sigue para que una obra sea digna de ser adaptada?

De las películas más conocidas como Pa Negre o Incierta gloria, las obras en las que se basa no las he elegido yo. El criterio es aceptar la obra o no aceptarla. Lo que hago es mirar si mi manera de entender el mundo se contradice en algún punto con la obra. Tiendo, de algún modo, a personalizarlas, a hacerlas mías. Sino es muy difícil.

Y ¿qué es más difícil: adaptar una obra o crearla uno mismo?

Yo antes siempre escribía por mí mismo... Pero llegó un momento en que me costaba colocar mis propias historias en las productoras y me he acostumbrado a trabajar sobre material ya dado. De todas maneras es mucho más difícil hacer un guion original que uno adaptado. En un guión adaptado los escritores tienen mucho bagaje y te hacen unas propuestas de historias, de construcción de los personajes, que ya están muy elaboradas...

Y sufre el miedo a la hoja en blanco...

Sí [risas]. Y ahora más porque me he acostumbrado a escribir sobre hojas a medio escribir.

¿Cree que el éxito de La librería

El hecho de que estuviese rodada en inglés, con actores reconocidos mundialmente, ayuda a su difusión fuera del país, lo cual también es útil porque en España es muy difícil cubrirse solo. Sin embargo, me da la impresión que cuando el cine más ha triunfado ha sido cuando ha sido más auténtico consigo mismo. Me refiero a Santos Inocentes, al cine de Buñuel... Porque luego ves películas como las que hace J. A. [Bayona] y son películas que hacen muchísimo dinero pero después no es que sean la bomba.

¿No se está arriesgando?

Totalmente. A los Goya tuve que ir, me estaba tragando aquello y yo pensaba «Dios mío, yo no sé si me gusta toda esta especie de... [risas] No sé, de postureo...» Aquí lo que importan son las películas. Pero ¿nacen con verdadera fuerza, con vocación libre e intentando más riesgo? ¿Con una voluntad distinta a lo que sea políticamente correcta? Es algo que pienso mucho últimamente. Además, veo que la gente joven está en esos canones de exhibición, de difusión y famoseo. Me gustaría volver al espíritu antiguo: a los 60, 70, 80... Había cosas muy fuera de la olla. Ahora parece que la película que da mucho dinero es buena. A mí me gustaría que la gente saliese con ganas de revolucionar, aunque luego no se revolucione nada, pero al menos tener las ganas.

¿Ha mejorado su relación con las productoras?

Después de tantos años puedo decir que sé moverme mejor en lo que respecta a la parte económica del cine. Esto no te convierte en mejor ni en peor director. Si te quedas ahí al final acaba convirtiéndose en un simple oficio y hay una parte artística que trasciende a eso.

¿Da miedo perder la esencia cuando uno entra en la cadena productiva?

Sí. O de repente llegar a pensar un momento en que el cine sea hacer películas, amontonarlas y vivir de ello. Es un momento de confusión. Soy muy sincero diciendo esto. De repente pienso «chico, hay que pensar un poco y saber que igual no hace falta hacer tres películas seguidas, sino hacer una y que sea algo que te aporte mucho vivencialmente a ti y a otras personas también».

Uno de los valores que ha hecho que su éxito sea real es que eres capaz de escuchar y reflexionar acerca de las historias de la gente. ¿Reflexiona sobre la suya propia?

Constantemente. De vez en cuando hay que parar. Soy una persona que mira bien la vida. Pero hay que saber detenerse. ¿Me arrepentiré dentro de dos años del rumbo que estoy tomando? Puede ser, o no, no sé. Además, en el mundo del cine estamos hablando de proyectos que duran un par de años de los que no puedes salir. Es decir, tienes que saber dónde te metes y muchas veces es como que estás metido en una lavadora que no tiene botón de stop y ahí estás, sin poder salir, dando vueltas y vueltas...

¿Cómo vio la iniciativa de los abanicos en los Goya?

A mí no me gustó eso. No me sentí cómodo. Lo veía artificial. Yo no digo que no deba haber toques de atención, pero creo que es algo que tiene que ser algo más de base: la educación en la infancia, una representación fidedigna de la mujer en los medios de comunicación o la televisión. Que un día vengan con los abanicos... Es que además no me lo creo. La mitad de los que estaban allí con los abanicos luego van a una tía y le dicen: «cállate, tonta». Yo he vivido este tipo de cosas con el día del Orgullo Gay, que al final deja de ser una reivindicación para convertirse en una convención.