Históricamente, el mundo de la mujer y de la ciencia parece que casi no se tocan, ¿es desconocimiento o es que hubo pocas mujeres en este campo?

Depende a qué nivel estemos hablando. Hay muchas mujeres en ciencia, en nuestro centro somos más del 60%. Hay estudiantes de tesis, pero el problema es que se van perdiendo a medida que van progresando en la carrera científica. En las etapas iniciales hay muchas pero, a nivel de dirección, somos un 18% o un 20% en España. El problema no es entrar sino mantenerse.

¿Sufren las científicas también el techo de cristal?

Sí, y lo vemos porque en la carrera hay muchas, también haciendo la tesis, pero llegan muy pocas a puestos directivos. El techo de cristal sigue ahí, seguimos cobrando menos, teniendo menos financiación, hay menos premios en los que ganan mujeres...

Sin embargo, no hay ninguna evidencia de que las mujeres no podamos hacer lo mismo que los hombres.

No, y me niego a aceptar que una mujer está menos capacitada que un hombre para cualquier cosa. Y eso lo vemos cuando las mujeres llegan a puestos de dirección, que demuestran la misma capacidad que los hombres. No es cuestión de capacidad sino de prioridades, llega una edad en la que las mujeres quieren tener una familia, hijos... y tienen que elegir, entonces, a veces, se quedan con puestos de menor responsabilidad.

¿Hay un cierto olvido interesado para borrar a las mujeres científicas de la historia?

Todo el mundo conoce a Marie Curie, que tiene dos premios Nobel, pero el primero lo consiguió porque su marido se empeñó en que se lo tenían que conceder a los dos. Lo peleó y lo consiguió. Hay muchos otros ejemplos en los que, sin embargo, no hubo visibilidad, como en el descubrimiento de la doble hélice del ADN, en el que se olvidó a Rosalind Franklin, a pesar de que había hecho los primeros experimentos. Afortunadamente, ahora, como se está recuperando la memoria histórica hay ya estudios, libros, películas y hasta campañas en las que se le da visibilidad a sus historias y que nos ayudan a descubrir a mujeres importantes.

¿Qué le diría a las niñas que quieren ser científicas y no princesas en un mundo de hombres?

Primero, que se nieguen a aceptar que tienen menos capacidades que sus compañeros. Es muy curioso, porque las niñas pequeñas no tienen concepción de que son mejores o peores para la ciencia, la adquieren después, en el colegio y en el instituto, y tenemos que cambiar eso. Les diría que confíen en sí mismas y que hagan lo que quieran y que busquen información. Nosotros, en el CNIO, tenemos programas de la mujer en la ciencia, también vamos a institutos a dar charlas... Hay muchas mujeres que tienen interés y que irían, de forma voluntaria, a sus centros escolares a ayudar, a darles información...

Su centro pone en práctica medidas especiales para fomentar la presencia de las mujeres en la ciencia.

Sí, para reducir el desequilibrio. Tenemos una oficina de mujer y ciencia, que fue impulsada por nuestra directora, que es una mujer. Hay distintos niveles de actuación. Hay medidas internas, como revisar los horarios de los seminarios y las charlas en las que participan mujeres de diferentes ámbitos, a las que invitamos también a estudiantes para que se vea que hay referentes en otros campos. También el CNIO tiene programas para investigadoras africanas para que se formen en el centro, un programa de visibilización de la ciencia de mujeres y para mujeres...

¿Usted siempre quiso ser científica?

Yo no me he sentido discriminada, pero tampoco he dado opción a serlo. Era una persona que tenía las mejores notas en la carrera, que cuando tenía que hacer un trabajo daba el máximo, me he esforzado mucho, por eso no me discriminaban. Una vez que empecé mi grupo de investigación sí que, al estar en un ambiente muy masculinizado, he tenido que hacerme oír y eso no es fácil. Yo viví más el paternalismo, tenía al director del departamento intentando sobreprotegerme, le decía a los demás que me ayudasen y que ¡pobrecita yo!... Ahí les tuve que parar un poco los pies y decirles que gracias por su apoyo, pero que me tenían que dejar realizar mi trabajo y que me equivocase. Él admitió que yo tenía razón y ahí ya cambió la relación. Es verdad que yo era la única mujer del departamento, pero me preparaba muy bien todo para intentar ser visible y para que nadie me pudiese echar en cara nada. Así que, discriminada no, pero porque me esforcé mucho.