La 32.ª edición de los Premios Goya ha dejado recuerdos imborrables como los cientos de abanicos ondeando en el patio de butacas del Madrid Marriot Auditorium o la emoción de Carla Simón al dedicar el Goya a la Mejor dirección novel a sus padres biológicos (fallecidos a causa del VIH). El feminismo y el carácter políglota de la recién pasada edición -con películas nominadas en cuatro idiomas- preveían ser los principales protagonistas. Sin embargo, otros factores consiguieron eclipsar estas cuestiones, cuyo alcance llegaron a decepcionar.

El «Más mujeres» se queda lejos del «No a la guerra»

El feminismo pensaba a ocupar gran parte de la gala. Pero lo cierto es que faltaron más abanicos, y más hombres defendiendo el lema. El «Más mujeres» en el cine pensaba seguir la estela del «No a la guerra» del 2003, donde todos aquellos que se subieron al escenario quisieron mostrar su rechazo al apoyo del Gobierno de José María Aznar a la invasión de Irak. No ocurrió con el feminismo en la 32.ª gala de los premios. Los 1.800 abanicos, creados por una empresa valenciana, no llegaron a captar los focos, a pesar del esfuerzo de algunos profesionales como Belén Rueda, Adriana Paz, Leticia Dolera o Los Javis. Será recordada la memorable contestación de Dolera a Joaquín Reyes: «Os ha quedado un campo de nabos feminista precioso». La insuficiente resonancia de la demanda de las profesionales quedó eclipsada a pesar del triunfo de Isabel Coixet, con tres Goya a la Mejor película - La librería-, al Mejor guion adaptado y a la Mejor dirección (el tercero de su carrera).

Tedio ante lo absurdo, lejos de la brillantez de la «Hora Chanante»

Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes no acabaron de convencer a los televidentes. Tampoco sedujeron al público presente, ya que abundaron las caras de confusión entre el público, como la de Maribel Verdú tras una de las broma de los presentadores chanantes. El humor absurdo y los silencios de Sevilla no se entendieron en algunas ocasiones. Sin embargo, funcionó la intervención de terceros, como el video de Carlos Boyero, la charla con el cineasta valenciano Paco Plaza, la intervención de Paquita Salas (personaje interpretado por Brays Efe) o la transparente intervención de la madre de Gustavo Salmerón. La gala fue excesivamente larga (3 horas y media). Todo un tropiezo de la Academia de Cine, que logró reducir la duración de la ceremonia el año pasado.

Un decorado llamado Penélope Cruz y Javier Bardem

Javier BardemUn año más, la pareja de actores formada por Penélope Cruz y Javier Bardem solo sirvió de decorado y objetivo de menciones por parte de los presentadores. Los intérpretes más internacionales del cine español estaban nominados a Mejor actriz y Mejor actor, repectivamente, por Loving Pablo. Sin embargo, no eran favoritos en ninguna de las categorías.

La emoción se la lleva el feminismo y el estigma del VIH

Los momentos más emocionantes de la gala los protagonizaron Marisa Paredes (que hizo mención a su discurso de «No a la guerra» de 2003), Nathalie Poza (Goya a Mejor actriz por No sé decir adiós) y Carla Simón (Goya a Mejor dirección novel por Verano 1993). Poza dedicó parte de su discurso a la profesión y a las mujeres que intentan hacerse un hueco en el sector, y Simón denunció el estigma que sufren los enfermos de VIH.