Nadie tiene dudas de que es una joya arquitectónica, ni de que es un monumento de mucha entidad, ni de que tiene unas proporciones perfectas, ni de que es el principal baluarte de la arquitectura de la Contrarreforma en tierras valencianas. Lo que no está tan claro es quién fue el autor de la Concatedral de San Nicolás. O al menos esa es la pregunta que se hizo Alejandro Cañestro, profesor de Arquitectura de la Universidad de Alicante y doctor en Historia del Arte, mientras preparaba su tesis sobre el arte barroco en la provincia.

Fruto de sus investigaciones, plasmadas en una publicación que lleva el sello del CSIC, dio un giro en la autoría del templo que siempre se ha atribuido al maestro cantero Agustín Bernardino y pone sobre la mesa el nombre del fraile carmelita fray Alberto de la Madre de Dios, cuyas construcciones «guardan una relación muy estrecha con la obra alicantina».

«La piedra angular de mi trabajo -asegura el profesor- fue el estudio sobre San Nicolás porque no existe ninguna monografía sobre este templo, quitando un libro que hizo Vicente Martínez Morella en los 70 sobre la iglesia». Ese libro, «venía a repetir lo que ya desde 1642 se decía, que el edificio lo había diseñado Bernardino, discípulo de Juan de Herrera, lo que establecía un vínculo con la Corte y daba garantía de que era un momento de mucha entidad».

Y lo es, afirma. «Es una construcción perfecta, desde todos los puntos de vista, no solo desde el plano de la proporción, porque el margen de error es de un centímetro, sino también desde el plano material porque combina cosas renacentistas, medievales y el barroco».

La pregunta es por qué deduce que Bernardino no es el autor del proyecto y sí fray Alberto de la Madre de Dios. Pues precisamente por esa perfección. «Eso no podía haberlo trazado un maestro cantero, que es como un albañil, otra cosa es que estuviera a pie de obra picando la piedra para colocarla».

Cañestro recuerda que entre los discípulos de Juan de Herrera «el tal Bernardino ni aparece». Buceando en los archivos de Orihuela encontró su testamento, de 1617, y ahí dio con la clave. «Es un documento riquísimo porque hace un repaso por su trayectoria y habla de cada obra que ha diseñado, por ejemplo, las ermitas de Garcinarro y El Pedernoso, dos pedanías de Albacete. Sin embargo cuando habla de San Nicolás dice que le adeudan una serie de cantidades y que la hace a tasación, es decir, que le pagan por trabajos concretos. Si la hubiera hecho él se hubiera sentido muy orgulloso y lo hubiera destacado, como hizo con las ermitas».

El nombre de fray Alberto de la Madre de Dios aparece cuando sigue buceando por la historia. El obispo Esteve es quien da el título de colegiata para Alicante. Era confesor de la esposa de Felipe III, rey que trasladó temporalmente la corte de Madrid a Lerma. Para ello, contó con una serie de frailes arquitectos, entre ellos, el que nos ocupa. «Él fue el responsable de trazar el santuario de la Vera Cruz de Caravaca de la Cruz y es exactamente igual que San Nicolás, no solo porque use piedra sino porque tiene dos alturas y eso en todo el barroco español no se ve en ningún lugar».

Para Alejandro Cañestro, la autoría está clara, aunque «es imposible de probar por falta de documentación, ya que el archivo de San Nicolás está perdido en parte». No obstante, «estoy convencido de que no pisó Alicante, igual que no pisó Caravaca, sino que se hizo con planos suyos».

La Concatedral de San Nicolás empezó a construirse en 1616 y en 1660 se colocó la cúpula. «No es mucho tiempo para un edificio de estas características y Alicante era la única ciudad que podía hacerlo en esos momentos porque Elche y Orihuela estaban arruinadas por la expulsión de los moriscos».

Al hecho de que de que se la declarase colegiata, lo que obligaba a renovar el templo y hacer un edificio mayor para las ceremonias, se unió que al estar el puerto al lado se concibió como una construcción «monumental, que transmita valores de grandeza». Sin embargo, eso no significaba que se derrumbase la iglesia ya construida, «que era pequeña, según los dibujos que se conservan». Se empezó a levantar la nave y entonces fue cuando se derribó la iglesia antigua. «Encima se hizo la cabecera y luego la nave de crucero alineada con las capillas laterales». El historiador destaca que según el plano de Vicente Bendicho de 1642, había una puerta abierta en la capilla de San Nicolás que ahora no está y el templo tenía coro, que desapareció en la guerra civil.

«Es un templo que no tiene parangón en toda España, no hay una construcción que lo supere en monumentalidad, en grandeza, en asignarle la belleza a la piedra y no a la decoración, porque la piedra tiene un corte perfecto, igual que el orden de los sillares», destaca.

Alejandro Cañestro reconoce que este es el principio del camino. «No es la investigación definitiva, es una primera investigación para que se continue en el futuro; abre una puerta y aporta una nueva visión, inicia una línea en la que se ve al monumento no como el edificio en sí, sino como el lugar que mejor representa los valores conceptuales y las creencias del barroco español».