«No he vuelto a dibujar desde que paré, pero no creo que vaya a tener ahora fobia al dibujo», afirma Olga Diego, ya recuperada de la jornada maratoniana que vivió entre el martes y el jueves pasado, cuando dibujó 58 horas seguidas en el espacio Scan de Londres.

La artista alicantina, que llevó a cabo su proyecto Transcription/Non Stop Drawing para conocer los límites de la mente en el proceso creativo, no duda en considerar que «ha sido una experiencia en toda regla y no me arrepiento nada de haberlo hecho». Por si fuera poco, incluso sugiere que «es un terreno que me apetece explorar más. No es que quiera torturarme otra vez, pero es un estado que no tiene comparación», apunta, tras admitir que «entré en momentos realmente profundos» y sin hallar prácticamente ningún punto negativo en su acción.

«No fue excesivamente difícil ni doloroso porque estaba dibujando y ese es mi mejor estado: dibujar es lo que más me gusta hacer. A veces era difícil encontrar la idea pero no fue tan duro como la gente piensa», asegura, tras añadir que «físicamente me encontraba muy bien, comí bien, estuve más tiempo de pie que sentada y el cuerpo funcionó», a excepción de las nauseas iniciales de la primera noche, que en la tercera volvieron a aparecer y fue lo que le llevó a finalizar el proyecto poco después de las 23 horas del jueves.

«Estuve a punto de pasar la tercera noche porque veía que tenía energía pero hubo un momento en el que tuve que parar. Hice los dos últimos dibujos pero vi que era imposible hacer trabajar más a la mente», explica.

Por el contrario, son muchos los aspectos positivos que Olga Diego ve, ahora y entonces, de su acción artística. «Yo suponía que sería una experiencia impactante, un experimento en el que pasaría por diferentes estados, y aún tengo que analiza el resultado y lo que cuentan los dibujos más allá del momento, porque hay alguna zona borrosa», apunta la artista, que destaca haber alcanzado «estados en los que no estás normalmente» y dibujos «que no habría hecho sin esta experiencia, algunos sí, pero muchos otros no».

Está convencida de que la experiencia no fue solo un experimento, «se formó algo más serio y más profundo» con momentos en los que pasó de controlar el dibujo a «estar poseída por él», bromea, e intenta explicarlo: «El cansancio estaba ahí y los dibujos empezaban a perder valor o yo pensaba que no eran interesantes, pero entonces me relajaba y los dibujos empezaban a tener otra lectura, dejaba mi mano desplazarse por el papel y ese rayar en blanco me traía la idea, y de repente hubo un momento en que encontré el dibujo perfectamente hecho. Eso me impactó».

Se siente muy satisfecha de haber descubierto «nuevas formas de abordar el dibujo, de encontrarlo rápidamente y de otra manera. He encontrado recursos que no tenía antes». Y su temor de que acabaría dibujando líneas no se ha cumplido, «mi mente no buscó algo abstracto, sino concreto».

Dentro del escenario de libertad que era dibujar sin límite de tiempo, Diego señala que «se creó un espacio acogedor, una especie de capilla-zulo, y tuve un momento la sensación de estar en dos habitaciones distintas» pero reconoce que después de tanto tiempo allí metida «fue difícil dejarlo. Cuando me fui a casa en el taxi lloré, estaba emocionada».

Luego durmió diez horas de un tirón e inauguró la exposición en Londres. Ahora le queda «escribir sobre la experiencia y analizar los dibujos» en paredes, suelo y en más de 150 hojas sueltas.