Enólogo, sumiller, director de la Escuela de Catas de Alicante, a Javier Carmona se le llevó un cáncer la pasada noche del lunes. A quienes no tenemos otro talento que la pereza, la gula y como mucho, algún otro pecado capital, nos fascina la gente como Javier Carmona, un tipo que agotó los tópicos de la bonhomía y cuya muerte, como siempre que nos deja alguien bueno, nos ha sentado como un mazazo a quienes tuvimos el honor de conocerle. No había cumplido aún los 50. Nacido en Valencia, era miembro de la Escuela Nacional de Catadores y profesor de Hostelería en el instituto de FP de Santa Pola.

Javier nos dejaba con la boca abierta a los amantes del vino. En una copa de Ribera del Duero, era capaz de descubrirnos un puñado de olores imposibles: sotobosque, cuero, silla de montar, cacao del trópico,... cualidades olfativas y gustativas que te introducían en un campo de sensaciones tan apasionantes como la historia de los caldos de los que disertaba con sabiduría. Nos fascinaba porque vivía de lo que a nosotros nos gustaba y porque había convertido su nariz y su paladar en sus herramientas de trabajo. Y, ay, qué envidia nos daba.

Yo le conocía a través del Tokai, del Fondillón y el Vega Sicilia, incluso del Finca Sellés, el vino que trabajó con amor junto a Juanjo y su hermano José. Con la misma pasión y conocimiento explicaba los vinos de Bardisa como los del Marqués de Griñón, y a muchos nos adentró en esa cultura enológica que nos lleva a dedicar unos minutos de la comida a presentar nuestros respetos al tinto o al blanco que la acompaña.

Por encima de todo era un hombre bueno, trabajador, agradable, de los que aceptaba las bromas con una sonrisa enorme. «Me encantó tu etapa en Ketama», le dije una vez. Me respondió alzando la copa. En alguien con esas cualidades, ninguna muerte es justa. La de Javier tampoco. Descanse en paz.

El funeral por Javier Carmona se celebrará hoy, miércoles, 22 de noviembre, a las 16.30 horas en la Iglesia Nuestra Señora de La Asunción, en la localidad de Santa Pola.