«El secreto para salir adelante es comenzar». Este consejo de Mark Twain da la bienvenida en su WhatsApp.

Las frases de autores me inspiran para superar las dificultades que siempre encuentro.

¿Por ejemplo?

Me he topado con personas maravillosas que me han impulsado y otras que me han recalcado que no era capaz.

Explíquese.

El otro día en clase del master de Desarrollo Internacional una compañera me soltó: «¿Eres consciente de que te has metido en unos estudios que superan tu capacidad? ¿A lo mejor no te han explicado que es difícil?».

Cuesta dejar al otro en paz.

Y los profesores tanto en Afganistán como aquí nunca me han visto como una alumna brillante, sino alguien incapaz.

¿Le bloquean esos golpes?

Cinco minutos. Paso un dolor fuerte, aislada, en silencio y llorando. A veces, este tipo de desmotivación me rebela. Si me dicen «no puedes», no dejo de probar.

¿Cómo lo hace?

Dedicando una media de diez horas diarias al estudio.

¿Y cuál es el objetivo?

Aspiro a modificar mecanismos que me han afectado. Entre tanto, camino con una ONG que opera en Afganistán y aquí. Porque, a pesar de las ayudas internacionales que he recibido, no he podido avanzar por sistema.

Ahá.

No puedo cambiar el mundo, sí reeducarme de lo que aprendí.

Y ya ha publicado libros.

El cuarto lo tengo en la cabeza. Versará sobre mis sentimientos y el mundo occidental.

¿Qué tipo de relación?

Siento que entre mi vida en Oriente y la de aquí hay cien años de diferencia. En concreto, en Europa se tiene en la memoria el horror de los campos de concentración. En mi país, mi familia y amigos viven en uno. El julio pasado, estando allí, 620 personas murieron por atentados suicidas, violencia y miseria.

¿Cree que se relata de forma fidedigna lo que ocurre en países como el suyo?

Hay pocos periodistas freelances para poder transmitir la realidad con independencia. Entiendo que si los artículos van en contra de su país nadie los publicaría. Y esa persona tiene que vivir. El asunto es profundo.

No hay prisa.

El interés que mueve el mundo actual es el dinero y la fama, patrones que no casan con la gente pobre de Afganistán.

«Voluntariado del Corazón: La semilla de Afganistán». Éste es el título de su conferencia, organizada por La Nueva Asociación, en Alicante.

Voy a hablar de personas, de voluntarios. Quizá mente a mi familia catalana, a mis amigos, a mis paisanos? Sobre todo, subrayar la importancia del que da sin esperar nada a cambio. Gracias al altruismo mis posibilidades se han ido ampliando.

Cuente un caso concreto.

Hace dos semanas. Iba andando por la calle con mi madre catalana, que se detuvo para sacar dinero del bolso y dárselo a un señor que pedía. Yo, al verlo, le dije que «no, no tienes que darle dinero porque el otro día vi como salía del supermercado con varias latas de cerveza». Y mi madre me miró y me dijo: «Yo le voy a ayudar sin juzgar en qué gasta su dinero. Él es libre para decidir en qué emplearlo. También tiene derecho, igual que el Papa o yo, para tomarse una cerveza». Esa forma de pensar y actuar es voluntariado.

Manifestó al Diario de Ibiza que no teme la muerte, sino la falta de libertad.

Poder hacer lo que uno quiera, sin que nadie te juzgue ni te lo impida por ser mujer. Yo ejerzo de trabajadora social y me he encontrado que, a veces, hay poco margen de movimiento.

¿Cómo marcha la lucha por los derechos de las mujeres en Afganistán?

Ahora tienen la posibilidad de salir de casa, de ir a la Universidad, de trabajar en Kabul.

...

El progreso ha sido importante, pese a que persisten muchas limitaciones. Si en la calle violan a una mujer, se culpa a la familia por dejarla salir.

En España el machismo está muy presente todavía.

Cuando llegué me pareció el paraíso. Con el paso del tiempo he comprobado que las mujeres tienen muchas dificultades.

¿Qué ha observado?

Tras finalizar la carrera de Trabajo Social fui a una entrevista que solicitaba una educadora social. Finalizada la reunión, acto seguido me dijeron: «Tu perfil es muy adecuado pero solo hay un problema, queremos dar prioridad a los hombres». Me quedé con ganas de decirle sé como funciona un hombre, porque lo fui durante muchos años.

Con 11 años se hizo pasar por su hermano fallecido para poder ir al colegio.

Más bien, me cambié la identidad para trabajar porque las mujeres estaban vetadas. Fue una experiencia dura pero superable. Y concluí que no hay diferencias entre mujeres y hombres.

¿Cómo empoderarse?

Cuando veo a mujeres de 18 años que se enfocan para gustar a los hombres digo: «No, no, por favor, ocúpate de ti misma. Si tú eres fuerte, valiente, los hombres van a estar ahí».

¿Y qué hacer si se trabaja por menos salario?

Ser consciente de la situación y, luego, luchar por los derechos. Sacar la voz.

¿Por qué nos cuesta tanto hablar de ciertas injusticias?

No sabemos nuestros derechos, nos falta libertad interior para reaprender. Las mujeres musulmanas, que aguantan en el silencio, dicen que es por fe. ¿Qué fe?

¿Y la suya?

Al encontrar paz, doy clases de diálogo interreligioso en colegios de Barcelona gracias a la UNESCO. Esto me lleva a aprender de hindúes, judíos y cristianos.

¿Qué tal es ser musulmana?

Yo nací en una familia musulmana, sin escoger ser musulmana. Ahora he escogido serlo.

¿Y eso?

Estudiar y experimentar es como una medicina que me está curando las heridas. Además, la filosofía de mi familia ha sido «tú elige dónde quieres ir y nosotros te acompañamos».

¿Qué ve dentro de 15 años?

Me veo en Afganistán implementando lo que haya aprendido para ayudar a mi gente.

Que así sea.

Sueño con ver en mi tierra una estampa de estudiantes veinteañeros, como la que presencié el otro día en el patio de la Universitat Pompeu i Fabra.