El escritor Javier Sierra, ganador del Premio Planeta con la novela El fuego invisible, considera que «la función suprema de la literatura no es entretener, es despertar» al lector. Sierra (Teruel, 1971) precisa que ese despertar supone «inquietar, cambiar la visión del lector», un cambio muy relacionado con la historia de la novela, en la que «las palabras tienen mucha importancia».

De hecho, la novela arranca con una declaración de intenciones, sobre el poder de las palabras: «La palabra grial es una invención que aparece por primera vez en el título de un cuento de Chrétien de Troyes. Se había hablado de la copa de Jesús en la última cena, pero grial es una palabra que se inventa en 1180 en ese texto».

Sierra confiesa que siente fascinación por esos creadores que inventan de la nada un término para definir el mundo.

El fuego invisible narra, según ha explicado Sierra, la historia de David Salas, un profesor de Lingüística del Trinity College en Dublín, con raíces españolas y que debe viajar a Madrid, donde tropieza con una vieja amiga de su abuelo, al que siendo niño le hizo la pregunta troncal: «¿de dónde vienen las ideas?».

El protagonista, que nada tiene que ver con el autor, aclara, es un especialista en Parménides, por tanto, hay algo de filosofía de los presocráticos en la novela.

«Justamente, los presocráticos, con Parménides a la cabeza, desarrollaron un método para la captación de ideas muy particular que llamaron la incubación, que consistía en encerrarse dos días sin comer ni beber en una cueva para tener la mente suficientemente limpia y poder escuchar a los dioses, y en una incubación nacen conceptos como democracia», señala Sierra.

Aprovechando la trama de suspense, Sierra aborda temas que son su campo natural de trabajo, que «se mueven entre lo conocido y lo desconocido, entre lo natural y lo sobrenatural». En ese sentido, el autor y periodista se siente «un escritor de frontera».

La historia de El fuego invisible nace, explica, de una lectura de El cuento del grial, de Chrétien de Troyes, «una novela frustrada porque no acaba de resolver la pregunta que da título al poema medieval de qué es el grial».

A partir de esa incógnita, Sierra se pone las botas de Wolfram von Eschenbach, que es quien escribe la continuación veinte años después con Parsifal, y de Robert de Boron, quien con el cuento de Merlín trata también de resolver esa historia.

Con estos mimbres, Sierra construye «una trama de intriga participante para que el lector vaya descubriendo por sí mismo las pistas y los cebos que el autor le va tendiendo».

A su juicio, la novela es «un viaje que comienza en Madrid y que termina en los Pirineos con un momento de revelación, de éxtasis». La novela sucede en la actualidad, pues aunque pensó en hacerla histórica, se dio cuenta de que se alejaba del lector contemporáneo.

«Yo quería despertar el fuego dentro del lector, sabiendo además que es una novela que va estimular mucho a los que en algún momento se han planteado escribir, porque recorre los distintos momentos del proceso creativo, toca sensibilidades», afirma.

Para Sierra, el filósofo y escritor italiano Umberto Eco es una «referencia absoluta, y además es un maestro también de la etimología, que es muy importante en esta novela». Aunque la novela tenga esa pretensión erudita, Sierra ha hecho concesiones a la literatura de más alcance: «No es un Baudolino (de Eco), no busca deslumbrar con juegos de palabras, con un uso medieval de términos, sino que intenta ser comprensible y por eso está centrada en nuestros días».