Transtropicalia es un festival que mima al detalle el cuidado medioambiental. Es decir, la isla está cubierta con carteles de tinta azul reciclada (eso mismo indica la hoja) y rótulos de cartón. Lo mejor, pues: un escenario envidiable, con el azul del mar al fondo, de día y de noche, con un pequeño pero respetable montaje en el que público (niños, grandes y pequeños se mezclan por igual), ríen, cantan y bailan. Lo más cuestionable: los topes de un público que la organización recalca haber cumplido con 500 entradas vendidas, pero que a simple vista no sobrepasaban las 350 en su prisma más optimista.

Quizás el rasgo más significativo del certamen fue la aparición de público familiar, cuando niños y padres se sumaron a una fiesta que reivindicaba no solo la cultura sino el símbolo del medio ambiente. Y eso, sumado a su atractivo turístico, fue su mayor potencial.

«Para nosotros es un éxito en el sentido de que hemos vendido todas las entradas, en el sentido que la llamada ha sido total», señala Miguel Carratalá, director de Transtropicalia. ¿Pero el escenario no parece que esté completo? «Bueno, ahora la gente está desperdigada», matiza Carratalá, quien incide en el cambio de gestión (el malestar de la isla con lo realizado por la anterior edición es patente), por lo que ahora ganas por trabajar y mejorar no faltan.

«¿Autocrítica? La isla es idílica, es una pasada, pero cuando hablamos de producción la cosa está un poco complicada», comenta Carratalá, quien admite además las adversidades de hacerse con un concurso público que empezó en junio, se aprobó en julio y, por tanto, empezó a andar en agosto (con la competencia brutal en este aspecto). «Pero lo tengo claro: aquí el cartel, el mayor reclamo, el protagonista absoluto, es la isla», afirma.

Transtropicalia quedó huérfano de señalizaciones. Costaba dar con las actividades más allá de las actuaciones musicales y uno podía andar un tanto desorientado en este aspecto. Por contra, la sensación de adentrarse en un certamen vivamente medioambiental, al servicio de psicodelicas musicales y nuevas maneras de entender la cultura, era total. Eso se percibía vivamente en el escenario, con públicos variados, heterogéneos, al servicio de los más diversos gustos (del flamenco a la psicodelia más experimental) con Los Manises, Niño de Elche, Joan Colomo, Vieux Farka Tourè y Melange (la estrella de la noche, verdadero reclamo para los más entusiastas melómanos).

El edil de Cultura, Dani Simón, incidía en la doble alianza cultural y turística que se hacía efectiva en este II Festival de Música Mediterránea. Además, según apuntó, se había reparado en varias problemáticas que ya surgieron el pasado año como las posibles coincidencias de actos, «por lo que esta vez, solo estaba el concierto de Melendi y otro en Las Cigarreras, por lo que hemos concentrado la oferta cultural aquí». ¿Otros cambios? También, a diferencia de lo ocurrido en 2016, se ha modificado la fecha hasta desplazarla a finales de septiembre y, además, se ha desarrollado un mayor número de actividades sobre el medio ambiente.

«La acogida de vecinos y hosteleros ha sido total. Aquí hemos tenido todo su apoyo. La experiencia es buena, y hemos estado muy respaldados». ¿Y qué hay de los hosteleros que aducen la falta de consumiciones en sus comercios? «La caja no engaña», afirma Simón respecto al supuesto incremento de ventas que origina el festival pero de lo que es difícil extraer cuentas oficiales.

Características únicas

Transtropicalia cuenta con un presupuesto de 18.000 euros y ha sido organizado por Eco Event y Un Fulgor de Moda Antónima y ha logrado el objetivo de marcar unas coordenadas culturales en la búsqueda de su identidad. Pero, por otro lado, las carencias son múltiples: falta público, ambiente, publicidad, movimiento en redes sociales, y sobre todo y más importante: que el público tabarquino haga suyo el festival.

También, eso mismo, falta en los visitantes y turistas, los cuales, muchos, casi todos, miraban con asombro a los públicos del festival sorprendidos porque aquí, en este ambiente paradísiaco, se pudiera instalar un montaje musical. En este sentido, quizás tampoco estaría de más que los comercios, las tiendas, hoteles, restaurantes y bares lo «vivieran», cosa que tampoco parecía así.

Transtropicalia, decíamos, va camino de su personalidad, pero queda mucho por construir. Y, en esa misma construcción, faltan detalles. Por ejemplo: varias usuarias sugerían a la organización la instalación de unas taquillas que aliviasen la molestia de portar sus mochilas para arriba para abajo, cargadas hasta los topes, porque en la mañana sofoca el calor pero al caer la tarde el frío obliga a ataviarse con chaquetas. Una incomodidad que algunos sobrellevaron mejor que otros, aunque no evitó que los alrededores de los escenarios se colapsaran de bolsas. Tampoco el sonido rozó la excelencia, y hubo quejas sobre todo en la actuación de Niño de Elche bajo la Puerta de San Miguel.

En cualquier caso, este II Festival de Música Mediterránea (que se mueve bajo la nueva marca de Transtropicalia) exhibió ayer sus notas más destacadas, sus notas más originales y únicas: música y mar, isla y paisaje incomparables, que tiene todos los visos de crecer (seguro que de actividades, pero no sabemos si ya de público).