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Olivia Martínez

«Siempre estamos intentando resolver la realidad familar»

Maestra de Lengua, dirige desde hace 2 años la sección educativa del IES Figueras Pacheco. Y saca tiempo para imbuirse entre versos

Martínez firma un ejemplar de El animal y la urbe en la Feria del Libro.

Recita poemas. ¿Qué tal?

Sí, sí. Yo que sé, antes era más interesante que ahora.

Y todos éramos más guapos.

Jugaba que mi mano derecha era gente rica y la izquierda pobre.

«La lectura es imaginación y la imaginación es lo mejor de las personas», dijo Groucho.

Una de las frase que más me conectan es del poeta zamorano Claudio Rodríguez: «Siempre la claridad viene del cielo».

¿Se inspira por la religión?

No. Para mí el cielo es un espectáculo visual, que no tiene significado cristiano. Me puedo pasar horas mirando su variedad de tonalidades, de formas, los pájaros. Yo voy hacia la luz.

¿Al entrar en Filología tenía claro qué quería ser?

Qué va. De pequeña quería ser actriz. En el Instituto me gustaban tanto las ciencias como las letras. Al final pudo mi interés por Arte Dramático y Filosofía pero como ninguna se estudiaba en Alicante opté por Filología Hispánica. Amaba leer.

Ahá.

Ya de Erasmus en Milán me lo replanteo todo porque acabo haciendo allí Filosofía del Lenguaje de optativa y al ser tan densa, pese a gustarme, no vi clara la salida profesional y tuve el arrebato de meterme a Derecho para heredar el Despacho de mi padre.

¿Y?

Duré un cuatrimestre.

Supo lo que no quería.

También aprendí Derecho Civil, Penal y Constitucional.

Volvió a Filología, entonces.

Sí. Cuando terminé la Carrera tuve un periodo que lo pasé muy mal. No sabía qué hacer. Éste es un tema del que no se habla mucho. Estuve así un año.

¿Cómo salió del bloqueo?

Estuve ayudando a mi padre y el ver de cerca que esa realidad se me hacía cuesta arriba me lancé para sacarme la oposición de maestra de Lengua y Literatura.

¿Alguna idea de dónde le viene la pasión por las letras?

Mis padres tienen una gran biblioteca y compran el periódico de siempre. Mi abuelo le daba mucha relevancia a la caligrafía. Y las ficciones empiezan a nacerme desde que era un renacuajo. Escribía cuentos y les ponía publicidad de WiPP Express en las pausas. También, dos profesores de Aire Libre fueron determinantes.

¿Qué recuerda de ellos?

Javier Lillo nos encandiló con Historias de Ninguno, un libro de Pilar Mateos; y Marisa, que era la persona más tierna, imaginativa y bonita del mundo.

Tanto como para animarse a seguir sus pasos...

Me estrené a los 26 en Mutxamel. Allí estuve dos años. Fue especial. Recuerdo con cariño a un grupo de Segundo de la ESO. Había niños ingeniosos de 13 años que me dejaban boquiabierta.

¿También para mal?

A ver, los conflictos en el aula siempre los encaro. Si tengo que hablar lo hablo. Con algunos compañeros me ha costado más.

Ya.

Marché a Elda, donde estuve 4 años a regañadientes. Podía haber hecho diferente las cosas. Pero, lo cierto es que el alumnado, que en una mayoría tenía un perfil absentista y disruptivo sin límites, me acercó a la experiencia que afronto hoy en día.

En el Centro de Reeducación de Menores, en el que cumples 4 años, ¿qué tal es la relación con los padres?

No nos encargamos de esto en la sección de educación.

¿A qué se debe?

Son niños a los que se les ha impuesto alguna medida judicial.

¿De qué tipo?

En principio, el profesorado no sabe el delito para evitar juzgarlos, aunque, a veces, se filtra.

Suena a una responsabilidad importante dar clase ante chavales que están «castigados».

Siempre acompaña al profesor un educador, perfil psicólogo, para que las clases resulten más sostenibles.

¿Qué tiempo permanecen?

A veces, 3 meses; otras, 6. Una de nuestras luchas es que puedan completar un curso. Es una manera de que se puedan ilusionar y nunca se sabe si les puede ser de utilidad esa formación.

Tienen que estar preparados para fluir y no chocar con ellos.

Cuando empecé me propuse no definirlos por sus actos, por lo que hubieran hecho. Ellos cumplen una condena para luego reencauzar sus vidas.

¿Qué tal los resultados?

Nunca se sabe del todo. Ni en un instituto, porque no conocemos luego qué tal les trata la vida.

¿Y la evolución en el centro?

Positiva. Los profes estamos haciendo más trabajos por proyectos para la integración. Lo estamos aplicando gracias a una compañera. Son costosos.

¿Y efectivos?

Cada vez más. En casa le damos vueltas a las tareas para ser más creativos en el aula.

¿Cómo se afronta un mal día?

Con sinceridad. Todos somos ingredientes importantes y cuando alguien está mal se nota. A veces he sido yo y lo he dicho: «Hoy no estoy bien. Puede que dé la clase regular. Os pido paciencia». Y se genera empatía.

En casa se cuece gran parte de la identidad de todos.

Y siempre estamos intentando resolver nuestra realidad familiar. Entender el rol que hemos tenido. Entonces, evidentemente, si en los centros desconocemos problemáticas de calado de los alumnos te encuentras nadando a contracorriente.

¿Encuentra momentos para componer versos?

Me inspira escribir temprano. Y, muchas veces, he creado hablándole a la grabadora porque nunca sabes cuando te van a venir las ideas. Con disciplina...

Relajación post publicación.

Orgullosa de El animal y la urbe. Porque es mi manera de explicar mi mundo interior, entre salvaje y civilizado. Lo que escribía antes iba al cajón. Un día un amigo me dijo que el último eslabón es llegar al público. También, ser valiente y mostrarse.

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