La audacia de dejarse retransmitir en Santander con un encierro de presentación muy desigual en todo y un trapío que debiera de sonrojar a los que se consideran figuras del escalafón solo se debe a la suficiencia y la osadía. Toros con los tres hierros de los hermanos García Jiménez (la casa «Matilla»), el titular más el de Olga Jiménez (1º y 4º) y Peña de Francia (6º). A pesar de los 649 kilazos del que cerró plaza, según rezaba el programa de mano. De la «finura» de caras, ni qué decir... Y que no nos vengan con milongas. El peligro existe siempre, claro, hasta con una becerra. Pero es la apariencia de ese peligro la que emociona al tendido y le da valor real a cuanto acontece en el ruedo. Parece una tomadura de pelo, pero las cosas están así. La tauromaquia no la cuidan desde dentro y la torpedean desde fuera, con lo que el naufragio, tarde o temprano, llegará.

Menos mal que los amables tendidos, casi llenos en su totalidad, derramaron bondades. Y que luego, con el moverse y el ir y venir de algunos astados, más el pasodoble alegre y el ambiente de fiesta, favorecieron que todo lo demás quedara en el olvido. O no, quién sabe. Es uno más de los misterios de este arte.

Poca historia tuvo la primera actuación de Manzanares ante un astado de sus apoderados que a la segunda tanda echó el freno de manos. Pulcro y aseado, que no cabía más. El cuarto, que salió algo embotado, se desplazó con velocidad y celo a partir del único puyazo que recibió (como el resto), y el torero alicantino le tomó enseguida el pulso y lo domeñó con la diestra casi desde los primeros compases del trasteo con la franela.

Esa es la mano del dominio y del poder de Manzanares, la que le ha llevado a una regularidad inusual entre los toreros de su corte. «Fanfarrón» atendió a los toques y obedeció al largo viaje que le ofreció su matador en las tres primeras tandas. La primera al natural surgió intermitente, pero mejoró en la siguiente con la diestra de nuevo y otra más con la zocata, esta sí, de mayor enjundia.

Sin llegar a cotas de otras tardes, el quehacer del alicantino, siempre de mano baja y sometimiento, caló en los tendidos. Aunque la estocada en la suerte de recibir cayó contraria y perdió la muleta, a sus manos fue el doble trofeo que le abría por primera vez en su carrera la puerta grande del coso de Cuatro Caminos.

Le acompañó en el triunfo Alejandro Marcos, un salmantino de buenas maneras que debe mejorar su manejo con los aceros si quiere aspirar a algo en esta difícil profesión. Al correoso «Esaborío» de la ceremonia le cuajó tandas estimables por ambos pitones, con la lógica falta de sitio y exceso de nervios. El mal uso de la espada dejó en triste silencio tras aviso su premio. Al «pesado» sexto, que embestía al ralentí, le cuajó de manera excelente con el percal en verónicas, chicuelinas al paso y también de frente. Con la muleta algunos pases surgieron también largos y limpios. Un pinchazo y una estocada ladeada dieron paso a un doble trofeo demasiado generoso.

Trasteos pulcros

El otro Alejandro, Talavante, hiló dos trasteos muy pulcros y variados a sus dos astados. La poca presencia de estos y la aparente facilidad de aquel restaron pasión en los tendidos. A ambos colaboradores les cuajó tandas por ambos pitones de buen aire, quizá demasiado en línea recta al quinto, combinando toda suerte de adornos: arrucinas, cambiados por la espalda por ambos pitones, afarolados... Le cortó una oreja al tercero tras dos descabellos, pero perdió las del quinto irremisiblemente.