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La dulce melodía Manzanares

El torero de Alicante cuaja su mejor tarde ante sus paisanos y corta tres orejas contundentes a dos buenos astados de Juan Pedro Domecq

La dulce melodía Manzanares

Suele ser muy manido aquello de decir que la de ayer fue una tarde para recordar, pero pocos de los asistentes olvidarán el clímax manzanarista vivido en doble sesión ante dos astados de Juan Pedro Domecq que colaboraron para el triunfo. No vamos a reprochar la justa presentación de los toros sevillanos, en esa constante de buscar el aprobado raspado, que más es un cuatro que un cinco sobre diez, y que ya es una losa que queda para esta plaza con aquello del «toro de Alicante». El que parece una sardina se salva algo por la cara, mientras que el que muestra mayor trapío por hechuras es astisospechoso, gacho o cornibajo. Quien firma estas líneas les promete que algún día vio lidiar toros veletos y hasta descarados de pitones en esta plaza. ¡O tempora, o mores! De todo hubo ayer, y también en los días atrás.

Pero no nos salgamos del tema. Ayer se vivió el toreo con mayúsculas, el que surge de la técnica y la lidia perfecta y sobrepasa los límites de la piel para llegar más allá, en ese punto de no retorno donde la pasión rompe esquemas y teorías conspicuas de terrenos, toques y número de muletazos. Manzanares bordó el toreo como uno no recuerda antes en esta plaza. Ya en su primera faena a «Haraposo» había mostrado su predisposición recibiéndolo con dos largas cambiadas y garboso ramillete de verónicas rematadas con larga. Tras brindar la faena a Francisco José Palazón, fundidos en emotivo abrazo, se sacó el animal a los medios y comenzó a hilvanar una labor marcada por el temple, las distancias, los tiempos permitidos al toro y la ligazón. Casi toda a derechas, aunque en la única serie con la zurda no se movió mal el astado. Una pena, porque esa fue la mayor pega a una obra maciza, con remates de pecho soberbios, de muletazo y tres cuartos, y un cambio de mano largo y celebrado como el «terratrèmol» de remate de la «mascletà» del mediodía. Lástima que tampoco acertara con la estocada en la suerte de recibir, y que se empeñara en repetirla cuando no parecía la más adecuada. Tras pinchar, recibió un aviso y remató con una buena estocada que dio paso a la concesión de la primera oreja de la tarde.

Una sinfonía inacabada

La del quinto fue la faena de la tarde y de muchas tardes, y quizá también de muchos años. Digno de apuntar el galleo por chicuelinas con que llevó el toro al único envite con el caballo, como toda la corrida (de nada vale ya clamar en el desierto por una suerte de varas que los toreros no respetan ni defienden). Habían saludado Rafael Rosa y Raúl Blázquez tras un brillante tercio de banderillas y Manzanares, tras brindar al público, le vio enseguida a «Orador» el estupendo son y la alegría con que se arrancaba desde lejos. Sonaron compases flamencos desde el tendido dos, y a partir de ese toque la sinfonía surgió de los vuelos de la muleta del torero alicantino. La diestra sirvió para ligar los muletazos, rematarlos por abajo, someter la codiciosa embestida del toro y mostrar ese empaque y elegancia que son ya sello de Manzanares. Por ese pitón el alicantino es torero poderoso, eficaz y dominador como pocos. Su derecha para, templa, manda y liga, lo que viene siendo la tetralogía del toreo moderno desde Manolete hasta hoy.

Pero lo que le separa del resto del escalafón y le mete de lleno entre los grandes muleteros de la historia del toreo es la mano izquierda. Por ahí surgieron dos tandas de mareo, la tela mecida con las yemas, el toro embebido hasta el final del viaje, el cuerpo encajado en acople perfecto y rítmico. Toreo a compás, dictado con la naturalidad que lleva a lo inefable. Fueron dos tandas, dos, de cite primero largo, generoso con el toro y con la fiesta, con el aroma a dalia surgiendo de los flecos de la franela y subiendo tendido arriba. El toreo es arte, es creencia, es eucaristía de los sentidos, y lo es por momentos excelsos como los que alumbró el torero de Alicante. La literatura que intenta describirlo corre el riesgo de parecer barata porque la correlación entre realidad y palabra no es posible.

También se recreó luego de nuevo con la diestra, apretando ya al fatigado toro, algo más ligero con molientes y circulares para llegar a otro cambio de mano de siglo y medio, otra vez la zocata embriagadora de pulso sublime. El perfume del milagro, la sonoridad queda de la música vislumbrada por Bergamín, provocó el olvido de la ligera desviación del estoconazo cobrado en la suerte de recibir. Dos orejas y el éxtasis. Vengan poetas para este torero, vengan. Y considerémonos dichosos por la contemplación los fieles de la religión táurica ante la revelación del misterio. Podrán robarnos la libertad, pero nunca la memoria y la fe.

Y después del éxtasis le tocaba salir allí a Alberto López Simón ante un buen sexto, de nombre «Galileo», con el que intentó siempre torear largo, aunque en demasiadas ocasiones salieron las telas tropezadas. De lo mejor que se le pudo anotar, cuatro naturales holgados en los medios, empobrecidos por el enganche de remate. Cuando se olvidó de encajar la figura salió todo más liviano por ambos pitones. Y de remate, el arrimón con circulares y adornos varios. Ayudados finales para cerrar, estocada y dos orejas.

Ante su primero, «Navegante», que llegó cogido con alfileres al último tercio, tuvo más mérito mantenerlo en pie que todo lo demás. Gracias al buen temple, pero las tandas por ambos pitones carecieron de emoción por la falta de sensación de peligro del astado. La oreja tras el aviso supo a demasiado.

Enrique Ponce nada pudo hacer ante el moribundo que abrió plaza, «Glifoso», que se pegó tremendo volantín tras salir del único puyazo. Fue el principio malo que gusta a los gitanos, esa fiesta de pena y lástima que nadie quiere ver. El cuarto, que también se dio una voltereta completa al salir del caballo, permitió al valenciano dictar su penúltima lección de temple, naturalidad y entrega. Ponce tiene muchos detractores, suyos son muchos defectos (y también virtudes) de la tauromaquia moderna, pero con 28 años de matador a la espalda no es nada habitual esa entrega sin límites. No se aburre ante la cara del toro. Tras dos tandas por el pitón derecho de desigual remate, abusando quizá del pico de la muleta para desplazar al de Juan Pedro Domecq, se inventó un «5 en 1»: trincherilla, pase de las flores, molinete, afarolado y pase de pecho. Ya el animal iba a menos, y entonces llegaron circulares en cercanías, intento de poncinas y hasta tanda de rodillas. Absoluta entrega. Con todos los «peros» que se quieran. Pero digno de elogio, sin duda. Un sablazo en la suerte de recibir previo a una estocada dejó todo en una oreja.

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