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Un gran Juli en doble versión

El torero madrileño corta tres trofeos y cuaja una gran faena a un magnífico toro de su hierro, premiado con la vuelta al ruedo

Paquirri trapaceando al primero de la tarde, al que cortó una oreja. rafa arjones

Vaya por delante que la sustitución del lesionado Roca Rey, que sufrió un feo percance el jueves en Badajoz, por Francisco Rivera Ordóñez «Paquirri» ha dicho muy poco a favor del empresario de tanda. Simón Casas ha demostrado escaso compromiso con tan desacertada decisión. Habiendo nombres que se han ganado en las primeras grandes ferias el derecho a tener la oportunidad en las ferias, como Antonio Ferrera, Pepe Moral, Juan del Álamo, o incluso acordarse de ese Borja Álvarez al que han birlado una más que merecida alternativa, uno no se explica la elección final. Es su empresa y puede jugarse sus dineros como quiera, faltaría más, pero luego no se puede ir cantando la grandeza de la fiesta y hablando de ramos de rosas a los aficonados y demás palabrerías. El «productor» francés añade otro despropósito más a su palmarés, que tan brillante es por otras muchas razones. Y eso que es el empresario más importante del mundo taurino en la actualidad. No hay justificación sensata. En manos de quién está la fiesta...

Menos mal que los astados con el hierro de El Freixo, propiedad de Julián López Escobar «El Juli», permitieron estar sin pasar fatigas a Paquirri y no castigar al paciente público con tan monumental petardo como el año pasado. Hasta le cortó una oreja a «Barbero», que abría plaza, un toro terciado y de discreta presentación, como toda la corrida. Inédito de capote, brindó al público una faena que supuso una clase magistral de cómo abusar del pico de la muleta para evitar apreturas y compromiso. El noble astado le brindó treinta embestidas magníficas que en ocasiones el diestro templó mejor y en otras destoreó tropezado. Hasta la quinta tanda no lo probó al natural, por cumplir. Circulares finales, estocada algo caída que el torero hasta lució, y oreja de feria bullanguera y amable, como es esta.

En el cuarto se vivió un ambiente raro. Algunos pitos desde diferentes sectores, que fueron «in crescendo», soliviantaron al torero, que se encaró en ocasiones con esos silbidos, y hasta dio muletazos con la diestra mirando al tendido en señal, al parecer, de desplante. O eso pareció. Los trapazos se sucedieron más a derechas que con la zocata, nuevamente abusando del pico de la muleta, y unos cirulares de pecho resultaron lo más lucido del trasteo a «Noruego». Un pinchazo y una estocada dieron paso a una cariñosa ovación de adiós en esta despedida forzada y no demandada. Que le vaya bonito.

Se había guardado un minuto de silencio al final del paseíllo en memoria del matador de toros Gregorio Sánchez, fallecido el jueves, y El Juli, que fue pupilo precoz y aventajado del diestro toledano, había desfilado con un capote de paseo negro, de luto riguroso. Y también brindó la muerte de «Naturalista» a su maestro y descubridor. Otro astado de noble condición, aunque con algo menos de fondo. Lo recibió con parsimoniosas verónicas, y lo quitó por chicuelinas rematadas con gaonera y media verónica de cierre. Ya con la franela, se dobló poderoso con él para cuajar seguidamente dos tandas con la diestra de buen remate y largura. A la tercera, el toro comenzó a aburrirse y salirse algo suelto, pero el madrileño lo mantuvo imantado a la muleta dos series más, incluso en una al natural, antes de darle fiesta con trincherillas, circulares y varios de pecho. El público demandó para él el doble trofeo con fuerza, quizá porque no sopesara la estocada atravesada que asomaba por el costado y el descabello. Primó el rigor presidencial y Juli paseó una importante oreja.

El quinto era una pintura de hechuras, ese típico «zapatito» de domecq que luego mete los riñones en el caballo y hace soñar a algunos con que la suerte de varas renazca por momentos gracias a la bravura y también, cómo no, el buen hacer de José Antonio Barroso. Bellísimo momento, emocionante y cautivador, de ese tercio de varas que nos han prácticamente birlado ya. Tras ese magnífico primer puyazo volvió a arremeter al picador que guardaba la puerta. Y siguió toda la faena la muleta siempre de mano baja y trazo largo que le ofreció Julián. Arrastrando el morro y haciendo «el avión», que ya es bravura. Faena de altos vuelos, rotunda, de largo metraje y mando ejemplares. No permitía el toro ni un descuido, y sorprendió al diestro en varias ocasiones. Las series por ambos pitones surgieron limpias, ligadas, sometiendo a «Tirachinas». Olía a indulto, incluso algunos lo demandaron, pero no le gustó a Julián que el animal saliese suelto y buscara las tablas en los compases finales. Lo tenía fácil a poco que hubiera calentado al personal, pero cambió de estoque y atacó recto, actitud que le honra. Estoconazo y dos orejas de muchísimo peso. Y vuelta al ruedo para el excelente animal.

Paco Ureña recibió a la verónica a «Nómada» con mejores inicios de capotazos que finales. El quite por gaoneras rematadas con una improvisada larga de rodillas gustó al respetable. Con la muleta, tras brindar al cielo, recibió en los medios con estatuarios y ayudados a dos manos templados y rítmicos. Con la derecha surgieron algunos muletazos de compás muy abierto y dibujo holgado, muy encajado el de Lorca y noble el de El Freixo. Cuando cogió la zurda ya el animal había bajado el diapasón, y en las cercanías surgieron espaldinas, circulares y unas «bernadinas» finales ligadas y ceñidas que encandilaron al público. Lástima que escuchara un aviso y necesitara de un descabello tras un espadazo trasero tendido. Oreja de ley.

El sexto, «Dakar», empujó también en la única entrada al caballo. No acabó de someterlo el lorquino con la muleta. El toro, encastadito, calamocheaba y, sin mando, se le coló varias veces al ligar el tercer muletazo. Cuando la muleta viajó firme, el astado mostró recorrido y cierto son. No todos los muletazos surgieron limpios y quedó la impresión de que no hubo acople. El sainete con la espada alejó cualquier opción de trofeo.

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