El recuerdo de Iván Fandiño pesa sobre las mentes de todos los toreros en estos días. Él fue un hombre honrado en el ruedo y fuera de él, y supo de las mieles y hieles de esta dura profesión. Un minuto de silencio «atronador» en su memoria abrió el primer festejo de la feria taurina de Hogueras con la mitad del aforo cubierto. Los dos primeros brindis de la tarde le buscaron en el cielo.

Se anunciaban astados de Adolfo Martín, esos temibles «albaserradas» que tan poco gustan a quienes pueblan los primeros puestos del escalafón aunque, como cuatro de los de ayer, muestren también pastueñas embestidas. Notables en cuanto a presentación, quizá se les pudiera echar en cara de manera general falta de emoción, que es aquello que siempre se espera de este encaste. La reunió casi toda el cuarto, «Asdesor», un ejemplar que no regalaba ni una sola embestida, que se creció tras la única vara de la que salió huido, que buscaba los muslos del torero detrás de los vuelos de la muleta, que frenaba y medía cada paso que cedía al diestro. Rafaelillo había salido a por todas, recibiéndolo con una larga de rodillas, pero ya en el intento de enjaretarle unas cuantas verónicas pudo comprobar que no iba a ser nada fácil. Anduvo muy profesional con él, buscándole siempre las vueltas y sabiendo que ligar los pases era empeño casi imposible ante el geniudo animal. Se empeñó el bravo murciano por el pitón derecho, por donde surgieron pasajes emocionantes. Faena de ataque y defensa , en un ten con ten más cerca del «ay» que del «olé». Lástima que la espada no anduviera hoy afilada. Y tampoco la mano en el sorteo, porque el que abrió plaza tampoco ofreció viajes claros. Robó algunos derechazos estimables en los primeros compases, y luego hubo siempre de anticiparse a la acción de «Carretero», que protestó demasiado con una casta más molesta que entregada. Otro sainete a espadas dejó su balance en silencio y saludos desde el tercio.

Sorprendió Juan Bautista por sus templadas maneras. Desde el recibo por verónicas a su primero, pasando por el galleo por chicuelinas hasta las tres primeras tandas del trasteo muleteril, dos a diestras y una con la zocata, en las que mimó la noble embestida del buen «Planador». Con el toro a menos, más intermitentes resultaron dos series finales, preludio de una buena estocada que le valió la primera oreja. Ante el quinto brilló igualmente. El que atendía por «Monerías» tuvo gran son en la franela, aunque algo de frialdad. Bien de veras en la segunda serie de derechazos, cargando la suerte y acompañando la noble embestida, y en una al natural con exquisito pulso. Tras un pinchazo logró una gran estocada que le valió el otro trofeo para salir a hombros. Magnífica presentación del francés ante la afición alicantina.

Volvió Manuel Escribano al mismo ruedo en que cayó tan gravemente herido y lo dejó justo donde se quedó. Siempre entregado (hasta recibió con larga de rodillas al sexto), quitó por saltilleras en el tercero y brilló irregular en banderillas, con un emocionante tercer par al quiebro y al violín. Con la muleta apretó el acelerador con dos toros de buen son a los que entendió en terrenos y distancias. «Resabiado» hundía el morro en la arena y seguía el vuelo hasta el final. Aunque le faltó vibración y buscó en las postrimerías las tablas, permitió al sevillano momentos interesantes por ambas manos, a pesar de que en ocasiones se atropelló un poco. Brindó al equipo médico del doctor Chema Reyes, que tan profesional quite realizara a su destino hace casi un año en esta misma plaza. También siguió la muleta con boyantía «Buscador», que cerraba la corrida. Tras brindar a Palazón, alcanzó momentos estimables con ambas manos. Muy despaciosos resultaron algunos naturales, aprovechando la bonanza y ralentí del toro. Mucho mérito al dejarle la muleta casi muerta en el hocico y esperar a que el astado pasara a cámara lenta. Lástima que en algunos momentos de las primeras tandas no se aclarara del todo con las distancias y el sitio que pedía el «albaserrada». Dos estocadas caídas precedieron a sendos apéndices que le abrieron la puerta grande.

Importante el encierro enviado por el ganadero madrileño. Abundó la nobleza en las embestidas, cosa nada habitual, y quizá eso despistó a algunos respecto a la importancia de lo que se realizaba en el ruedo. A pesar de ese punto de transmisión que faltó, los astados siempre demandaron exposición en los cites y colocación en las telas. Las «figuras» modernas no quieren estos toros porque el que no sale bueno (o sea, noble) pide el carnet de lidiador. Y hoy se torea muy bien, ciertamente. Pero lo de lidiar ya es otra historia.