Me atrevo a decir que Juan Navarro Ramón (Altea 1903, Sitges 1989), entró a formar parte de la historia de nuestro país cuando en 1937 el Gobierno de la II República Española, presidido entonces por Francisco Largo Caballero, le encargó una obra para colgar en el pabellón nacional de la Exposición Internacional de París, que se inauguró ya con Juan Negrín al frente del Ejecutivo, en plena guerra civil.

Y allí, en París, colgó junto al Guernica una obra titulada Te vengaremos. Junto a Navarro Ramón mostraban obras, además de Picasso, artistas tan reconocidos en la esfera internacional como Calder, Miró o Julio González. O lo que es lo mismo: lo mejor de nuestro arte.

Coincido plenamente con Luis López Anglada, que en su día identificó a Navarro Ramón como «un buen pintor, honrado, sincero en su dicción plástica y que, como otros muchos de su época, no ha pasado al futuro en toda su auténtica dimensión».

Es cierto que quizás nuestro alteano más universal no está lo suficientemente reconocido a los niveles deseados y que en justicia merece. Por ello, entre otras cuestiones al margen de su valía artística, es un honor para la Fundación acoger la muestra que hemos titulado El lenguaje de los colores, integrada por más de 120 obras entre óleos esmaltes, litografías, y esculturas de pequeño formato. La más imporante del artista organizada desde su fallecimiento.

Todas las exposiciones son importantes, ciertamente, porque en el arte no hay fronteras ni mediocridades si se siente y ejecuta con pasión y técnica depurada. Pero tener la oportunidad de recorrer en un mismo espacio toda la obra de un artista de esta categoría, entender cada cuadro, cada pincelada y cada motivación, es una oportunidad que nadie debería perderse.

Se trata de una muestra con suficiente contenido para comprender que fue uno de los grandes, que lejos de inventar técnicas y tendencias, planteó y consiguió integrar en su pintura todas las innovaciones por las que se sintió atraído, consiguiendo una obra global asombrosa y sobresaliente.

Pero nadie mejor que él mismo para definir su obra: «El arte es para mí el reflejo sincero de mi visión plástica tras una laboriosa meditación y depuración. Yo busco en mi pintura lo que considero sus valores esenciales, como son el color y la forma en su expresión más pura, sin contenido anecdótico alguno. Pretendo hacer pintura y nada más que pintura». Estas palabras, pronunciadas en 1976, definen a la perfección la humildad y sabiduría de Juan Navarro Ramón, considerado, eso sí, uno de los principales exponentes de la pintura moderna española.

No me gustaría acabar sin recordar aquello de que «detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer». Porque es cierto, y en esta ocasión también. Atraído por el movimiento artístico de Barcelona, en 1928 Navarro Ramón trasladó su residencia a la ciudad condal, donde conoció y contrajo matrimonio con su fiel compañera, musa y modelo Josefa Fisac. Ella fue su fuente principal de inspiración. A ella debemos en buena medida ese legado del que hoy podemos disfrutar el resto.

También me gustaría trasladar mi agradecimiento y afecto a cuantos particulares e instituciones han aportado obra para dar forma a esta retrospectiva, especialmente a Javier Barrio Navarro, sobrino del pintor, y a su esposa, María Amparo Vázquez, por su generosidad, exquisita amabilidad y porque con su extraordinaria dimensión humana engrandecen la figura de Juan Navarro Ramón, el pintor injustamente olvidado.