Su currículum es apabullante...

Sin embargo, yo tengo la sensación de estar empezando. Creo que una de las cosas que tengo pendientes es desarrollar lo que se llama «transmisión», un concepto que se utiliza mucho en el teatro francés, y que significa el traspaso de conocimientos de una generación a otra. La que precedió a la mía estuvo truncada por la dictadura y la falta de libertad. Yo tuve la suerte de haber vivido mi juventud con una pulsión esperanzadora enorme que nos llevó a realizar lo que antes creíamos que eran utopías.

Como Teatre Lliure.

Exacto. Ahora nos toca aprender algo de la generación que nos precedió, así como pasar el testigo a las que ya están formándose y desarrollando proyectos. La verdad es que los jóvenes, pese a tener más facilidades para formarse, lo tienen más difícil de lo que lo teníamos nosotros, que nos enfrentamos a un campo raso, donde había que hacerlo casi todo.

¿Es más difícil hacer teatro ahora?

Sí. Actualmente, la sociedad tiene muchos más recovecos. Aparentemente ahora hay más «oportunidades», pero para mí eso no significa nada si no hay un público para el teatro. Esta profesión se ha convertido en algo muy difícil. Desde Teatre Lliure siempre intentamos traer a compañías jóvenes, pero no es suficiente. El cambio real tiene que venir desde la educación. Si no creamos ciudadanos que amen la cultura desde las escuelas estamos perdidos. Emmanuel Macron acaba de presentar los presupuestos con la partida dirigida a la educación más alta de la historia de Francia. Le podríamos copiar en el algo...

Teatre Lliure vuelve con Dona no reeducable, la historia de la periodista Anna Politkóvskaia, asesinada en 2006 por oponerse al posicionamiento ruso en el conflicto checheno. ¿Por qué contar su historia y por qué ahora?

Es difícil encontrar voces con personalidad en el teatro como la de Stefano Massini, y esta obra no iba a ser menos. Para dirigirla he tenido que empaparme de los artículos que escribió Politkóvskaia, donde informó sobre Chechenia con la máxima objetividad posible y arriesgando su vida. No murió por su ideología, sino por informar de algo que no debía ser contado. Admiro profundamente a los periodistas. De hecho, si no hubiera dirigido teatro me hubiera gustado ser periodista porque soy muy curioso.

Llevaban décadas sin pisar un escenario valenciano. ¿Por qué?

Creo que la última vez que vinimos fue con Les noces de Fígaro -de Fabià Puigserver- y ese espectáculo lo presentamos en Barcelona en 1989. No creo que haya sido por un distanciamiento con la gente del teatro, sino porque hubo un momento en el que al gobierno valenciano no le interesaba la cultura. Hay gobiernos que consideran que la cultura es indispensable, y hay otros que no.

Estos días ha estado en Suiza, para la inauguración de una muestra dedicada a García Lorca. Su vínculo con el autor salió a la luz el año pasado, cuando publicó De la mano de Federico.

Sí, en ese libro quise rememorar mi vínculo con el poeta, que viene de lejos. De hecho, mi madre me cantaba canciones recuperadas por Federico García Lorca. Siento como si él fuera mi hermano, porque lo conozco muchísimo. Cuando intimas tanto con la obra y la trayectoria de una figura así, le conoces más que a cualquiera de los de tu alrededor.