Con menos de dos semanas de diferencia han fallecido dos artistas plásticos alicantinos, con su trayectoria vinculada a la ciudad de Alcoy: Rubén Fresneda (Alcoy 1988 - Villajoyosa 2017) y Francisco Barrachina (Benifallim, 1940 - Alcoy, 2017) a los que quisiera rendir mi pequeño homenaje con estas palabras, sobre todo desde su imborrable recuerdo y con todo el cariño que les profesaba.

El primero, Rubén, se me ha muerto como el rayo, el domingo 28 de mayo, en un fatídico día de playa que terminó en tragedia, en la flor de la vida. Con solo 29 años. Aún sigo en shock. Una persona, sobre todo muy buena persona -valga la redundancia, pero es que no abundan-, vital, ciudadano, comprometido, activista, asociativo, con muchos deseos en marcha y con un gran nivel y calidad en todo aquello que hacía. Quiso el destino que mi entrevista, publicada en este periódico, en el suplemento Artes y letras de mayo, fuera la última. Preparábamos varios proyectos artísticos juntos, que en su memoria intentaré llevar adelante con la ayuda de los suyos y de mi colega Lucía Romero, su inseparable compinche. El día anterior al funesto suceso estuvimos tres horas y media de charla, al mediodía y que forzamos concluir por las horas que eran, ya que se podía haber prorrogado al infinito. Nos impulsábamos mutuamente y estábamos muy ilusionados con los proyectos entre manos.

El viernes 9 de junio, fallecía -ya hacía tiempo que su salud no era buena- Paco Barrachina, como era conocido en el mundo artístico, a los 77 años. Lo conocí por mediación de sus sobrinos Miguel Blay y la artista Gertrudis Rivalta, en casa de estos en Benifallim. Paco nos preparó unos estupendos minchos y pasamos un día genial. Hablando de arte, de cómo este había cambiado y de que había que acomodarse a los tiempos. Gertrudis y Miguel querían que yo fuera curador (que nada tiene que ver con sanador o con lo chamánico, -y en esto sigo a la sabia María Moliner-, pues comisario es un término que detesto, por sus connotaciones policiales y porque generaliza, siendo más concretas y específicas las labores del curador) de una exposición de su querido tío. Otra buena persona y gran artista, con un gran dominio de la técnica. Esto fue poco después de una exposición a dúo con Calabuig que tuvo en la Lonja del pescado, con un exiguo catálogo compartido, que no hacía justicia ni a su trayectoria ni a su trabajo. Esta fue su última aparición en la capital. Hace poco había tenido una exposición en Elda y la última, que ya no pudo ver, en Crevillent, inaugurada por su hija, que se ha prorrogado con el triste suceso. A mi parecer las tres muestran, a la antigua, su trayectoria, pues Paco tiene una lectura de su obra, menos folclorista y burguesa, más de pintura pintura, de oficio, cuyos problemas son lo que a él realmente le preocupaban: la luz, el color, la composición, que no es poco.

Si me he decido finalmente a escribir, sobre ellos y en su memoria, es porque ambos tenían una concepción bien distinta de la práctica artística, que convive hoy en día y que parece irreconciliable, como las dos Españas. Permítaseme hablar de unos problemas que afectan de manera importante al sector. Por un lado, la generación de Paco, acorde con su tiempo, pero que no veía necesaria las actividades transversales y paralelas que hoy en día se le pide a una exposición, pues esta se concibe como un dispositivo, como un discurso entre artista y espectador/a. Comunicación. Y sobre todo de un catálogo, memoria escrita de una exhibición, y cuyos textos, en torno a la obra y trayectoria del artista, no deben ser una mera excusa para el lucimiento literario de quien firma o panegíricos, de alabanza y gloria del artista. Rubén, artista de su tiempo, también ejercía de gestor y curador, sabía de la importancia de esto y de cuál es la diferencia entre un hecho cultural y un evento. De hecho es de la generación que prepara concienzuda y bibliográficamente cada muestra, devenir de una investigación pictórica pero intelectual también. De los artistas que tenían el denostado discurso, que la generación de Paco detestaba y que se niega a valorar, pues para ellos la técnica era preponderante.

La época de pleno apogeo de Paco propiciaba el amateurismo. Eran los tiempos anteriores al Código de Buenas Prácticas. El artista no cobraba por las exhibiciones, debía dejar una (al menos) obra en la institución que lo albergaba, y el catálogo -si es que se hacía-, podía escribirlo el poeta o la poetisa del lugar, o su farmacéutico/a o su carnicero/a, y si no, se aprovechaba que el Pisuerga pasaba por Valladolidid. El si non è vero, è ben trovato. Y de vez en cuando, cuando había presupuesto, se acudía a las grandes firmas mercenarias y panegíricas, a los grandes nombres que apenas conocían la trayectoria y obra del artista. Algunos lo verán con nostalgia. Esta labor, de autor del texto, es lo que muchos entendían que era la labor del curador. Al que en la mayoría de los casos pagaba el propio artista con su propia obra. La exposición era una excusa para comprar en la galería lo que se vendía (como patanegra) en el museo, en la institución.

Afortunadamente estos tiempos han pasado, aunque en algunos lugares se sigue practicando y promoviendo esta infumable Résistance, últimos estertores de unos tiempos pretéritos y denostados, y que lo más deseable es que no vuelvan. Lugares que algunos artistas de esta generación o inmediatamente posterior han controlado y dirigido, desde el fundamentalismo y el monocriterio, llamando a sus amigos y amigas -nada que ver ni con lo generacional ni con lo intelectual, sino más bien con la prebenda- y que pretendían dar una visión -muy sesgada- del panorama artístico del lugar, pero que más se empeñaban en hacer ver su arte como la verdad única e incuestionable. Supuestamente, labores que se realizaban por amor al arte , pro gratia et amore, aparente y públicamente sin remuneración alguna.

El concejal de cultura de Alicante, Daniel Simón, nos convocó ayer de nuevo a la comisión de artes plásticas del Consejo Local de Cultura de Alicante para establecer un diálogo abierto con todas las personas implicadas en el ámbito de las artes plásticas con el fin de conocer opiniones, propuestas y necesidades que se plantean. Es un proyecto que apoyo y en el que creo, aunque esté costando sacarlo adelante. Yo he propuesto a Rubén Fresneda, siendo Lucía Romero quien tomará su testigo, a Omar Arráez y a Hilarión Pedauyé, que desde la participación ciudadana y la apertura trabajan por hacer un poco mejor este mundo. Respectivamente desde las comarcas -quizás una manera más natural de relacionarse- de l'Alcoià-Comtat, el Vinalopó medio y alto y el Bajo Segura. Artistas y gestores de fuera, porque la capital también es el escaparate donde debe verse la provincia y que pueden abrir esa mirada etnocentrista y pequeña de que Alicante es para las alicantinas y los alicantinos. Alicantinas y alicantinos somos todas y todos, los que vivimos y estamos en toda la provincia.