Lleno en los tendidos de Las Ventas la tarde en que se cumplía un año desde aquel monumento al toro «Dalia» que dibujó Manzanares en la tarde más preclara y acompasada de su vida. El toro, qué importancia. Ayer era imposible el milagro porque no había astado posible ante el que encumbrarse o estrellarse. Y el público venteño, que anda cansadito de ciertas cosas, y que es «pagano» con todo el derecho que ello le otorga, mostró sus protestas de manera continuada y hasta cansina. Ni la presencia del rey emérito y su hija mayor, con triple brindis, sirvió de excusa.

Los dos episodios manzanaristas transcurrieron paralelos. Dos astados del hierro titular con calidad en los viajes, pero que se apagaron estrepitosamente al quinto muletazo. Más para el olvido que para el recuerdo. Elegante recibo con verónicas a su primero rematada con larga garbosa. Menos lucido el del quinto. Y en ambos trasteos con la pañosa, muletazos sueltos con temple que acababan con la agónica y descastada embestida veragüeña que lo anulaba todo. ¡Ay, la emoción! Un estoconazo al segundo y un bajonazo al cuarto. Ovación y silencio.

Cayetano vivió parecido argumento ante el tercero. Ramillete meritorio de verónicas rematadas con larga. Al anterior le había cuajado un quite por tafalleras de igual remate también lucido. Pero el toro era tan noble como vacío estaba, casi sin vida. Gran estocada al volapié tras pichazo previo. Palmas.

El único pozo con agua

Al quinto lo volvió a recibir de capote a la verónica ganándole terreno con buen aire. El de Juan Manuel Criado, que remendaba el incompleto encierro de Juan Pedro Domecq, mostró mayores bríos y buen son en sus viajes. Tras ayudados por alto y por bajo de recibo mecidos con empaque, surgió una tanda al natural de alta nota. A partir de ahí bajó el acople y la conjunción con la diestra, y ya el público se centró más en los defectos que en las posibles virtudes. Quizá quedó la sensación de que brilló más el toro que el torero. Faena digna de Joaquín Galdós, que confirmaba la alternativa, al primer colorao de Juan Pedro Domecq, mansurrón, nunca entregado, que tuvo algo de alegría y le permitió lograr dos tandas de mérito con la diestra y algún natural estimable. Tiene madera este peruano. Estocada buena y efectiva. Saludos desde el tercio. Toreó muy requetebién con el capote en dos quites a los toros de sus compañeros de terna, a la verónica al de su padrino y otro por ceñidas y garbosas chicuelinas al del testigo de ceremonia, que dejaron poso de toreo de quilates. Con el marmolillo sexto apenas pudo ni justificarse. Para colmo, se lió a pinchazos y acabó de bajonazo.

No estaba la tarde para más. Porque los milagros se dan el día y la hora que a las musas y a la bravura se les ocurre coincidir. Habrá que refugiarse en la fe.