Pocas veces se debieron de sentir los calpinos más a salvo de los ataques piratas que aquel día, quizá a mediados del XIX, en que comenzaron a derribar tramos de la muralla que les protegía de ellos. Para entonces, las invasiones berberiscas que durante siglos aterrorizaron al fortificado pueblecito quedaban ya muy atrás (la última, en 1744, muy valerosamente rechazada, es la que conmemoran las Fiestas de Moros i Cristians). Así pues, a golpe de pico, los calpinos abrieron otras salidas al mundo que los dos portales que, al norte y sur, franqueaban el paso.

Al oeste, entretanto, ganarían un pequeño espacio a los bancales (a los pies de la cuesta que conduce a la Ermita de San Salvador) que hoy se conoce como Plaça del Mosquit. Se llama plaza pero es más bien una plazoleta. Y es que quizá por las apreturas urbanas en las que vivieron intramuros los calpinos, todavía hoy tienen por costumbre denominar plaza a lo que no es sino una placeta o el fruto de una confluencia de calles. Es el caso de este enclave, un nudo abierto entre cinco viales, en pleno casco antiguo.

La plaza es pequeña y todavía lo fue más, pues creció allá por el año 1989, cuando el derribo de una casa dejó sitio a un minúsculo espacio con bancos.

Y cuando Calp se abrió, allá por los 60, a un incipiente turismo, la plaça acogería la primera entidad financiera del poble: la Caja de Ahorros del Sureste de España. Los calpinos en blanco y negro llevarían sus ahorros al mismo número donde, hasta hace poco, turistas de todos los colores pedían planos: la segunda Oficina de Turismo. Su fachada es acaso la más admirada del pueblo,pues exhibe un mosaico, obra del artista Gastón Castelló. Toda una alegoría de los oficios y culturas que han habitado Calp.

Pero hoy el arte preside por partida doble el lugar, ya que un gigantesco mural ocupa la pared lateral de un edificio, sobre la liliputiense rinconera. El inmenso lienzo, obra de Elías Urbez, representa diversos motivos de la arquitectura mediterránea: de la más clásica a la popular. Y en una esquina, una composición que hará las delicias de los ilicitanos: una Dama d'Elx mestizada con la Gioconda de Leonardo da Vinci. La obra es de lo más fotografiado en Calp (después del Penyal d'Ifac, això faltava!).

Frente al mural, ante la foto al pie de estas páginas, viviendas a pie de calle y comercios de toda la vida que han visto transitar a generaciones de calpinos como contemplan el paso de las procesiones de las fiestas patronales o de la novísima Semana Santa calpina, como presencian el galope de los bous al carrer en su popular d esencaixonà, o como se asoman a las entraetes moras y cristianas.

Por cierto, ninguna de esas viviendas ni comercios se hallan «domiciliados» aquí, sino en las calles confluyentes, de modo que casi puede decirse que se trata de una plaza fantasma.

¿Y su peculiar nomenclatura? El lugar se llama así por pura ironía, pues en los años 40 se bautizó como plaza del general Moscardó. Los calpinos, que ya dieron golpes de pico a la muralla, darían ahora un golpe de humor: un Moscardó (que también dio otro golpe -de Estado-) por muy general que fuese, en tan reducido espacio merecía el mote de Mosquit.

O eso al menos es creencia «general» en Calp. Porque el caso es que el cronista municipal Pedro Pastor (quien fuera director de aquella primera entidad bancaria calpina) dejó escrito que la denominación obedece a una familia apodada Mosquit que vivió allí hasta la década de los 20.

En fin, que es una plaza tan pequeña como grande, pues tiene cabida para una historia de libertad, para una exposición permanente de arte, para el trasiego festero y para toda una leyenda... urbana.