El 28 de marzo de 1942 moría en la cárcel de Alicante el poeta Miguel Hernández. El motivo de aquella condena: la fidelidad a sus principios, mantener sus ideales. Este año con motivo del 75 aniversario de la muerte del poeta, se ha declarado Año Hernandiano. Creo que es un acontecimiento que no deberíamos malgastar en actos vacíos de contenido, algo que por lo general y desgraciadamente hoy suele ser algo común. La figura de Miguel Hernández y la propagación de su obra deben ser el objetivo prioritario. El mensaje que el poeta nos ha legado es una fuente inagotable que debiera ser parte fundamental en la formación cultural y cívica de nuestros jóvenes. Su compromiso con el pueblo tiene toda la actualidad en los tiempos que vivimos. La hondura con la que trata los temas más profundos del corazón humano hacen de su obra una fuente inagotable de humanismo. Una obra ratificada con el testimonio de su vida; una vida llena de trabajo y de esfuerzo en la que consiguió gracias a ello, una enorme y exquisita preparación intelectual, que se alimentó fundamentalmente de la lectura de nuestros clásicos, sin duda la mejor formación que se puede adquirir. Una vida que podríamos resumir con la palabra fidelidad: fidelidad a sus principios, fidelidad a los desheredados de la tierra. Esta era la intención que se traslucía en la iniciativa que los diputados de Compromís presentaron en la Comisión de Cultura de las Cortes Españolas y que fue aprobada por unanimidad. El compromiso de Miguel Hernández con el momento histórico de la España que le tocó vivir, una España que preludiaba la tragedia que se cernía sobre el mundo y que nos puede iluminar en estos tiempos de tanta confusión, en los que también se ciernen negros nubarrones.

De ningún modo se puede consentir que este acontecimiento quede en nada, después de los espectáculos tan bochornosos a los que en los últimos años hemos asistido y que tuvo su colofón en el desinterés en que las diversas administraciones manifestaron respecto a que se mantuviese en nuestra ciudad el legado material de su obra, como fue el deseo de su esposa y que se materializó en el acuerdo con el Ayuntamiento de Elche en los años 80.

Me llamó la atención que hace unos días se plantease el tema de unas jornadas gastronómicas con motivo de este aniversario; me pareció además de una manifestación de banalidad, de especial mal gusto, tratándose de una persona que pasó tanta hambre y que tanto sufrió con los hambrientos de la tierra. No me puedo resistir a comentar una conversación en la que Josefina Manresa, su esposa, me contaba, recordando el día en que le detuvieron en Orihuela y cómo ella, sabiendo que había pasado tanta hambre, "había matado el pollico" y le había preparado un arroz con pollo porque era el día de su santo y que con su detención no pudo probar. Recuerdo el sentimiento con que me lo decía. En aquellas palabras tan sencillas se revelaba toda la dignidad en medio de la pobreza.