Le tomaron por un Quijote que había perdido el juicio cuando vendió todas sus posesiones y emprendió un viaje en solitario con el que construir un futuro documental y libro sobre el mundo de las flores. Solo que su bendita locura no iba a encaminarse por tierras de Castilla y España cuando, 19 meses y 32 países después, ha regresado a su pueblo, Castalla, donde ya ha iniciado su ambicioso trabajo al tiempo que no cesa de impartir conferencias y entrevistas por toda la provincia.

De Holanda a Japón, de Mongolia a Argentina pasando por Ecuador, la India o incluso Estados Unidos... la historia del alicantino Antonio Vicent es la historia de un amor apasionado por las flores. Tanto, que por ello lo dejó todo atrás, en una aventura no exenta de miedos y sobresaltos cuando te han reventado la cámara en tus narices, te han robado a navajazo limpio o bien te las has tenido que ingeniar en un casino de Las Vegas para ganarte el pan con que alimentarte por unos días... Así lo narra Vicent, quien ha detallado por redes sociales su cuaderno de bitácora, relatando con precisión las sensaciones y emociones que le han ido deparando este largo viaje donde uno se enfrenta a sus propios miedos y donde la generosidad de la gente gana por mucho al abandono y la tristeza.

«Al año me quedé sin dinero. Fui a un almacén de flores (en Saint Louis, Misuri), y me echaron un cable. Estuve cinco días sin comer. Y al quinto me vio el jefe con cara de deseo cuando le daba un bocado a su almuerzo. Me preguntó y le confesé lo que me ocurría. Le conté mi sueño, mi aventura y, al día siguiente, cuando me despedía, todos los compañeros me llenaron el maletero de 'tuppers'», explica el alicantino Antonio Vicent, formado en la Escuela Española de Arte Floral de Madrid, quien lanza una reflexión después de toda esta travesía: «La gente es buena en todas partes». «Cuando salí todos me decían que me iban a robar, engañar, timar... pero nadie me dijo que iba a encontrarme personas maravillosas», agrega.

En una ocasión, cuando pernoctaba en el coche que alquiló, su refugio del frío y la nieve durante días estacionado junto a una gigantesca mole de un centro comercial de Denver, Antonio Vicent recuerda que un señor golpeó la ventanilla: «Llevaba varios días sin dormir, y mi único abrigo era el saco de dormir. De pronto un hombre me dice que le acompañe. Me lleva a su casa y yo pensando... 'qué majete, me deja estar en su garaje...' pero el tipo entra, saca su coche, mete el mío... Le pide a su mujer que me prepare algo de comida y me deja dormir en su casa... No nos conocíamos de nada, y ahora somos amigos íntimos. Fue un ángel», apunta.

En Sudáfrica se impresionó Vicent por las Cydars, unas flores con millones y millones de años, de la edad de los dinosaurios, y que perviven como un fósil; en Tailandia, alucinó con el plegado de hojas de la banana, con las que confeccionan puro arte con esculturas; en Japón le dieron el regalo de intervenir en un curso donde aprendió cómo las flores se integran en la cultura de un país; y en la India quedó fascinado por el empleo de múltiples variedades de flores en las ofrendas a los dioses.

«La flor favorita sin duda de Estados Unidos es la rosa, es su 'producto estrella'», afirma Antonio Vicent, entregado ahora en la labor de un libro y documental que requiere tiempo y paciencia ante las horas y horas que acumula de material por el rodaje.

«He empezado el proceso de selección que será largo, porque quiero que los espectadores viajen a mi lado en el documental, que sientan lo que yo sentí...», explica el alicantino.

A la espera de los estrenos, Vicent permanece tranquilo. Anda con el pelo más largo y ha pillado unos kilos. A veces, su cabeza se dispara y piensa en cómo buscar el transporte, dónde cargar las baterías o qué llevarse a la boca... Su vida, cuenta, ha sido un sueño. Lo recordó hace nada, el día que vio su tienda cerrada, cuando hizo las maletas y se fue como un Quijote que batallaba contra molinos de viento. Eso fue hace 19 meses y 32 países después.