Ganó el Planeta con 25 años, convirtiéndose en la escritora más joven de ese galardón, y ahora ha conseguido el escritora más joven de ese galardónAzorín

Pues casi 20 años de diferencia. En cualquier persona se nota y en un autor también, la vida y una experiencia social distinta. En Melocotones helados hablaba de tres generaciones y del silencio, muy influenciada por una sociedad marcada por el terrorismo. Llamadme Alejandra es la historia de la soledad de una mujer. Desde el punto de vista literario, el tratamiento psicológico del personaje es radicalmente distinto. Por otro lado, aunque con 25 años no era una joven muy común, tenía una percepción más dolorosa de la realidad y más lúcida, ahora soy una mujer de 42 años y sé más de la vida.

¿Y qué me dice de Azorín?

Yo creo que continúa siendo uno de los grandes autores por reivindicar. Durante mucho tiempo ha jugado en su contra una trivialización del lenguaje y un predominio por parte de los lectores de la trama, de la acción. Azorín te obliga a detenerte, te obliga a la calma, sobre todo a un tipo de lectura al que ahora no estamos acostumbrados; no es una lectura voraz, ni consumista, es una lectura que obliga a detenerte en el detalle, muy fotográfica, muy visual, muy sensorial. Entonces me gusta particularmente que una novela histórica que esta plagada de detalles se asocie al nombre de Azorín.

¿Qué tiene Alejandra Romanov para que despertara su interés hasta el punto de escribir una novela sobre ella?

Las novelas son proyectos muy a largo plazo para mí. Me centré en Alejandra Romanov porque fue una mujer que intentando hacer todo bien, lo hizo casi todo mal. Y eso es muy moderno. No podemos decir que fuera una adelantada a su tiempo -que es algo que está muy de moda, el buscar mujeres heroínas-, es la reivindicación de una mujer equivocada en muchos terrenos, pero no se equivocó en lo que para ella era importante, en el entorno familiar, su esposo y sus cinco hijos, que la adoraban. Reúne determinados elementos que me interesan y la cuestión está en que posiblemente nadie hubiera podido estar a la altura de las circunstancias en esa época, en la Rusia prerrevolucionaria, pero ella fue la única mujer que lo intentó de verdad aunque fracasó. Y eso le hace muy humana.

En las novelas históricas se corre el riesgo de no distinguir qué es historia y que es ficción.

Bueno, esta es una novela en la que no invento nada. Por ejemplo, en La flor del norte tuve que llenar grandes huecos con fabulación porque no había demasiada documentación. En este caso fue al contrario, había mucha información, y en algunos casos contradictoria, y era difícil escoger qué era argumental y qué no. El peligro, en una época reciente y con personajes tan estudiados, es quererlo abarcar todo. Para mí, el argumento, la trama, los personajes están por encima del hecho histórico, pero en este caso ha habido un cuidado muy minucioso en que todo estuviera documentado. Han sido casi quince años de trabajo. De hecho bauticé a mi gata Rusia hace doce años como una forma de exorcismo porque quería acabar de una vez este proyecto... aunque todavía aguanté doce años más. En este tiempo se han desclasificado documentos, los foros en otros idiomas me han sido muy útiles, llegué a estudiar hasta las fotos familiares para ver sus expresiones. Lo que he hecho yo es poner la voz de ella, porque hasta ahora teníamos análisis muy exhaustivos, pero siempre desde una perspectiva masculina.

¿Cree en el boom de la novela histórica?

Siempre ha existido, siempre existirá, y las modas nos vienen muy bien cuando nos convienen. Cuando yo comencé a publicar, el realismo mágico dejaba de estar de moda y comenzaba el realismo sucio. Yo publiqué una obra policiaca con Raúl de Pozo antes de que la novela policíaca estuviera de moda, y luego ha coincidido con que la novela histórica está en auge y he publicado con seis años de diferencia dos novelas históricas. Pero mi última novela, que es juvenil, es histórica también. Yo en ese sentido hago bastante lo que me da la gana, sobre todo porque trabajo en proyectos a largo plazo.

¿Por qué al acercarse a Santa Teresa hizo un ensayo y con Alejandra Romanov una novela?

Porque en Teresa de Jesús vi imposible meterme en su cabeza; era un genio. Estamos hablando de la diferencia entre una mujer notable y un genio. Para mí era descabellado porque ensombrecía la grandeza del personaje. En cambio, en el caso de Alejandra sí había posibilidad de humanizar su personaje y permitía una narración lineal más sencilla.

¿Qué es lo que le interesa tanto de las figuras femeninas?

Pues que soy mujer y buscas siempre espejos y referentes. Por otro lado, hay personajes que independientemente de su género producen una determinada fascinación. A mí me suele ocurrir más con mujeres y esta es una mujer que hay que rescatar. Estamos en el momento de dar voz a las mujeres, no reivindicativa sino de visibilidad, de atención a una personalidad femenina que no tiene que ser una heroína y Alejandra no lo es. Y otra cosa, los grandes hombres han sido ya muy narrados, las grandes mujeres aún no.

¿Por qué realizar sus novelas a partir de una figura histórica?

A mí lo primero que me llamó la atención cuando era niña es que a los Romanov los fusilaron el día de mi cumpleaños. Y de toda la familia, la más odiada, que no tuvo oportunidad de contar su historia, era Alejandra. Y yo he sido siempre mucho de defender esas causas. Podía haber inventado algo, pero ella estaba ya. Y también por reconocer y desmitificar la imagen que se tiene de una figura histórica.

Nada más ganar el premio dijo que hubiera sido más fácil escribir un ensayo sobre Alejandra pero que al final cogió el camino más difícil y lo convirtió en novela. ¿Realmente es más sencillo escribir un ensayo?

En el caso de la novela histórica necesitas la labor de documentación que precisarías para un ensayo y no es lo mismo reflejar esas características tal cual que ofrecer eso con diálogos y con una trama. El ensayo tiene un esquema más evidente. Además, el lector de novela, aparte de la trascendencia de la historia, busca la sorpresa y busca la belleza. En la novela no vale soltar un chorro de datos sino que los tienes que ilustrar.

¿Qué ha aprendido como escritora de los talleres y cursos de creación literaria y formación de escritores que imparte?

Pues he aprendido que es un ejercicio muy experiencial. Hay demasiado lío para el lector de a pie sobre lo que es ser escritor. Muchos de los jóvenes que se acercan no saben el tipo de trabajo que hay que realizar. Ahora han aprendido disciplina, rigor, constancia... el talento no se aprende pero es absolutamente relativo. A veces se confunde el talento con la originalidad; la experiencia se gana, el escritor más talentoso no es el que escribe mejor sino el que tiene la mejor manera de contar. Pero hay poca labor pedagógica a este respecto y hay mucho lío, muchas ilusiones a cerca del éxito. Lo que hay detrás no se ve y yo me empeño en que se ve. Yo me tomo muy en serio mi trabajo de ser escritora y transmitir esa idea de seriedad y fervor es muy importante. Escribir es educar una mirada, no basta con encontrarte con una historia atractiva.

Usted es muy activa en redes sociales, que se han convertido también en una ventana para gente que quiere escribir.

Publicar en las redes es bonito, tiene su hueco aunque no sabemos a donde va a conducir, pero es una ventana para gente que quiere escribir. Algunos llegarán a ser profesionales y otros no porque la literatura es algo serio, no es únicamente escribir. De hecho en las redes sociales yo tengo otra forma de narrar, en la radio otra diferente. Cada medio necesita su tiempo y su trabajo.