Repudiada por Napoleón Bonaparte en 1809 al no haber conseguido darle descendencia, Josefina pasó los últimos años de su vida en el palacete de Malmaison, a las afueras de París. Dos siglos más tarde, ese mismo refugio abre las puertas de su guardarropa para ahondar en sus gustos estilísticos.

Cincuenta vestidos y accesorios del Primer Imperio (1804-1815), apenas presentados al público por su extrema fragilidad, ven la luz ahora en algunos de los salones en los que se vestía y permiten acercarse a la suntuosidad de tejidos con los que ella reforzaba su rol oficial. «Le gustaba la moda que se hacía en ese momento, pero la adaptaba a su gusto y a sus circunstancias como emperatriz», explica la comisaria de la muestra, Céline Meunier, según la cual mujeres y princesas de otras cortes la tomaban como referencia.

Es la primera vez que se reúnen tantas prendas que pertenecieron a la emperatriz y a su hija Hortensia y su exhibición conjunta, más que una lección estilística, constituye con esa abundancia de sedas o terciopelos el reflejo de una época y de su paso por el poder. Una de las vitrinas incluye así uno de los vestidos que se cree que portó en las ceremonias que siguieron a la coronación en diciembre de 1804, en el que se aprecia su talle menudo y brazos delgados. A Marie-Joseph-Rose de Tascher de la Pagerie, que adoptó el nombre de Josefina en su boda con Napoleón el 9 de marzo de 1796, «le gustaban mucho las plumas sobre turbantes y sombreros o los chales de cachemir», pero sus osadías se veían a menudo frenadas por su marido.

«Napoleón vigilaba todo el tiempo cómo vestía. Algunas veces, incluso, subía a su salón en el momento en que había terminado de prepararse y criticaba o decía que se cambiara de ropa», explica la comisaria, según la cual era menos una cuestión de control o celos que de etiqueta.

Como representante del imperio y embajadora del lujo y de los talleres franceses, Josefina no tenía mucha libertad a la hora de escapar del corsé de su papel oficial, pero sí intentaba llevar a ese rol sus preferencias. «Le gustaba elegir a ella su ropa por las mañanas. No siempre eran las criadas las que le llevaban las cosas», reccuerda la comisaria, quien destacó que su armario era tan variado que llegó a no saber lo que tenía.

Su gusto por «las cosas bonitas», unido a la necesidad de representar a través de sus trajes la corte imperial y a su «incapacidad» para negarse a lo que le ofrecían, hicieron que gastara tanto en vestuario que «Napoleón se ponía furioso» con sus excesos.