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Albert Cortina: «Google aspira a configurar el cerebro del mundo»

Albert Cortina: «Google aspira a configurar el cerebro del mundo»

Abrumados como estamos por esa inquietante revolución tecnológica que busca frenéticamente la creación de una nueva especie de seres humanos soñadores hasta con la inmortalidad, Albert Cortina (Barcelona, 1961), coordinador junto con Miquel-Angel Serra del reciente libro ¿Humanos o posthumanos? (Fragmenta Editorial), abogado, urbanista y director del Estudio DTUM para la ordenación inteligente del territorio, advierte de los riesgos de caer en un paradigma tecnocrático que entienda al cerebro como algo mecánico sin tener en cuenta que somos ante todo personas. Firme creyente, Cortina propone una reflexión filosófica y ética para que esas nuevas tecnologías estén al servicio de la humanidad, en vez de llevarnos a una nueva esclavitud, fruto del cibertotalitarismo. Tras el éxito de su libro, el autor trabaja ahora en otra obra futurista, su gran pasión, para ensalzar los valores de un humanismo avanzado, capaz de converger con las ideas más fantasiosas de los transhumanistas de Silicon Valley. «Nos estamos jugando mucho en este proceso», asegura convencido de que la tecnología, necesaria para mejorar la vida de las personas, entraña también el riesgo de convertirse en una especie de serpiente mitológica que como en el Paraíso lleve al hombre a la perdición por querer ser como Dios.

Señor Cortina. ¿En qué consiste el proyecto neoliberal posmoderno del siglo XXI?

Estamos ya casi instalados en la hipermodernidad, en un tiempo en el que todo va muy deprisa y esa aceleración implica incertidumbre por su complejidad. En el ámbito socioeconómico, el neoliberalismo se transforma y da lugar a un individualismo salvaje basado en esa hipermodernidad que nos ofrece por primera vez en la historia la posibilidad de hacernos a nosotros mismos. Las tecnologías dejan de ser un instrumento y pasan a ser una función que se incorpora en nuestra persona, en nuestros cuerpos.

¿En qué basan ustedes su tecnoptimismo cuando la gente está asustada porque ve que los robots les van a quitar sus puestos de trabajo?

Más que tecnoptimista soy tecnoprudente porque esa mejora del ser humano para hacerlo más inteligente, longevo, perfecto y feliz conlleva riesgos. Tenemos que ser capaces de sentar bien las bases de esa nueva sociedad biotecnológica.

¿Qué propone usted?

Ofrecer una cobertura filosófica, ética e, incluso espiritual a la dimensión tecnológica del proyecto neoliberal postmoderno en este siglo. Que el progreso científico y tecnológico vaya a la misma velocidad que el crecimiento humanista y ético.

¿Cómo se conseguirá mejorar al ser humano con las nuevas tecnologías?

Con la inclusión de esas tecnologías en el cuerpo pero ahí se da por ejemplo el paradigma tecnocrático que entiende el cerebro como algo mecánico sin tener en cuenta lo que nos hace humanos. Está claro que somos algo más que cerebro. Es cierto que el poder científico y tecnológico da más poder al hombre pero ese poder es causa de graves males porque la verdad y el bien no brotan espontáneamente del mismo poder científico y tecnológico. Por eso hay que reformar el concepto de espiritualidad en el siglo XXI. Ahora se produce un divorcio total entre esa ciencia y la filosofía y la espiritualidad.

El movimiento transhumanista, uno de cuyos líderes es Ray Kurzweil, ingeniero de Google y profeta de la singularidad, habla de esa mejora del ser humano, pero ¿a qué singularidad se refiere?

Él tiene la visión más futurista de las tecnologías, pero no olvidemos que Google aspira a configurar el cerebro del mundo. En esa singularidad a la que él se refiere, la inteligencia artificial superará a la humana y puede que tenga razón para un tipo de inteligencia basada en la lógica y el cálculo. Pero, ¿qué pasará cuando los robots tengan que tomar decisiones con autonomía?

Que se plantearán dilemas morales de gran calado....

No solo morales, sino también legales. El Parlamento europeo ya trabaja en la dotación de derechos, deberes y entidad jurídica a esos robots autónomos. Por eso es importante no perder de vista los valores éticos y morales que nos hacen personas y que tendríamos que programar en esos robots autónomos.

¿Cómo nos afectarán el desarrollo de la inteligencia artificial y de las tecnologías más revolucionarias?

El auténtico cambio disruptivo que vamos a vivir no es tanto lo que haremos o no con las tecnologías más revolucionarias sino lo que seremos como seres humanos en este momento tan excepcional de la evolución en el que habrá que decidir sobre su esencia. Por supuesto que será posible, por ejemplo, un mejoramiento genético pero eso plantea serios dilemas éticos y de creencias. Lo importante es abordar este periodo de transición y tener en cuenta que las biotecnologías que aumentan las capacidades físicas e intelectuales no estarán al principio al alcance de todos.

Con el riego entonces de dispararse la desigualdad extrema.

Exacto y no olvidemos que desde el transhumanismo se plantea hasta la inmortalidad. Las innovaciones más revolucionarias llegarán primero a los más ricos y se corre el riesgo que sean únicamente estos elegidos los que produzcan ese salto evolutivo de la especie humana. Vendría entonces el posthumano que podría caer en la tentación de querer gobernarnos.

También dicen desde el transhumanismo que estamos abocados a una época de espectacular crecimiento y de abundancia de todo. ¿Es así?

Hablan de superabundancia y paradójicamente también de cooperativismo. Es el neoliberalismo llevado al extremo que conduce al individualismo más salvaje y al mismo tiempo a la idea de capitalismo altruista. Lo que no dicen es que en esa transformación que auguran habrá damnificados porque la gente se quedará sin trabajo y aumentará la precariedad laboral. Es una transición inquietante y a corto plazo lo vamos a pasar mal. Hay que trabajar para que esas tecnologías estén al servicio de las personas y de la humanidad y no para que nos lleven a una nueva esclavitud y a un cibertotalitarismo.

Si los robots trabajan por nosotros y recibimos una renta básica universal, el siguiente problema será administrar nuestro ocio, supongo. ¿Cómo nos preparamos para conseguirlo?

Lo de la renta básica universal es también muy sospechoso y no deberíamos de permitir que se convierta en el bálsamo del futuro para frenar el conflicto social que se avecina ante la avalancha de personas que serán descartadas de ese progreso tecnológico. ¿Qué sentido tiene la vida para una persona subvencionada de por vida?

Pero por fin le damos la vuelta a la tortilla y nos libramos del trabajo, una maldición bíblica por culpa de la tentación de una serpiente que nos expulsó del paraíso terrenal.

Hay que huir del ocio alienante y apostar por el que nos enriquece como personas. No está mal que en este progreso tecnológico nos libremos de las rutinas de los trabajos más pesados. En esta nueva época aparece de nuevo la serpiente mitológica y bíblica que nos tentó con una manzana para ser como Dios. Creo que esa tentación está también en la tecnología y que existe esa manzana. Creer que somos amos de nuestro destino y de todo el planeta nos aboca al fracaso. Lo que sí tenemos hoy en día en nuestras manos es parte de esa creación y por eso debemos de ser más responsables.

Y nos seguiremos quejando: ahora por trabajar mucho y después, porque no tendremos trabajo.

Por eso es importante dejar a los robots que hagan los trabajos más alienantes y duros para que nosotros nos podamos dedicar a labores más creativas que nos enriquezcan personal y socialmente. También podemos recuperar trabajos tradicionales aplicándoles la tecnología de hoy en día para evitar la parte más sacrificada.

¿Mejoraremos también nuestra calidad humana gracias al tratamiento genético y seremos más inteligentes, más sanos y viviremos más?

Todo eso suena a eugenesias pasadas, a selección de la raza. No me parece acertada la apuesta por la selección genética como si fuésemos semillas o animales. La cualidad humana, que no la calidad, no depende de nuestra salud ni de nuestra genética, depende de los valores y se aumenta con una buena educación. Ahí aparece la neuroeducación centrada en el cerebro para aumentar la cualidad a tope pero no para interferir en la calidad eugenésica de la especie.

Lo apuntaba usted antes. Kurzweil, el profeta de Silicon Valley, ha llegado a decir que seremos inmortales. ¿Lo ve posible?

Él habla de inmortalidad cibernética desde el punto de vista de que dice que somos nuestros recuerdos. El primer reto es hacer una copia de ese cerebro y el segundo saber si se puede recuperar toda esa memoria una vez nos hayamos muerto. La idea es preservar esa especie de disco duro y guardarlo a la espera de que la ciencia pueda «resucitar» toda esa información que se trasladaría a otro soporte biotecnológico. Es una especie de mente universal que ellos ven como inmortalidad. En cierta medida, esa mente universal se está creando ya cuando subimos todas nuestras fotos a la nube.

Dicen que con la criopreservación se puede aspirar a la reencarnación en muestro propio cuerpo.

No deja de ser una visión pseudoreligiosa de la eternidad. Los deseos de ser inmortal y eternamente joven no son nuevos. Antes se reflejaban en la mitología, después en la religión y ahora en las nuevas tecnologías. Se ofrecen nuevas fórmulas digitales para viejas aspiraciones.

La conquista del Universo estará al alcance de la mano, me imagino. ¿Llegaremos a ser también mejores personas con todas estas vertiginosas conquistas?

Querer transcender de nuestros límites es bueno, es una pulsión natural el querer descubrir nuevos mundos. Lo que me parece muy ingenuo por parte del transhumanismo es creerse como dioses y pensar que el humano va a descubrir las leyes de la vida y a conducir la evolución a su antojo. Es ingenuo y soberbio.

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